Bicentenario sin indígenas

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Estamos a las puertas de noviembre, por varias razones un mes muy especial en la historia de El Salvador. Esta semana se celebra el tan publicitado bicentenario del primer grito de independencia. Con mucho respeto para quienes —seguramente con la mejor de las intenciones— promueven esta celebración, queremos llamar la atención sobre la campaña emprendida en diversos medios de comunicación. Lo primero que nace preguntar al ver la publicidad es ¿por qué se celebra el bicentenario? O dicho de otra manera, ¿cuál es el objetivo de celebrar los 200 años del primer grito de independencia? ¿Lo haremos porque la fecha es importante en sí misma o simplemente para imitar con modestia a los mexicanos, que tiraron la casa por la ventana en la fiesta de su bicentenario?

A juzgar por lo que vemos en la televisión y escuchamos en la radio, pareciera ser que la conmemoración se encamina a hacer un recorrido por algunos hitos de los últimos 200 años de historia de El Salvador. Traer a la memoria la historia de bellos edificios emblemáticos, recordar ciertas fechas pintorescas (como la llegada del ferrocarril) o describir románticamente la lucha de algunos próceres independentistas es positivo en algún sentido, pero absolutamente insuficiente. Además, es inconcebible que en esta campaña publicitaria de un hecho que hace referencia a los tiempos de la colonia no aparezcan ni por asomo los pueblos originarios de El Salvador. ¿No había indígenas cuando se proclamó la independencia? ¿No ha habido pueblos indígenas a lo largo de estos 200 años de historia?

Todos sabemos de la expoliación a la que fueron sometidos nuestros pueblos y territorios. Todo mundo conoce también que desde la llegada de los conquistadores, espada y cruz en mano, los indígenas pasaron de ser dueños de estas tierras a esclavos de los nuevos señores. Y desde entonces, los pueblos originarios fueron invisibilizados por la historia oficial. Sin embargo, aun tomando en cuenta solo los acontecimientos registrados desde 1811, un rico acervo de documentos históricos da fe de levantamientos de nuestros pueblos indígenas ante la opresión e injusticia a las que eran sometidos. La última de estas gestas dio origen a la masacre de 1932, que tampoco tiene cabida en esta celebración del bicentenario. Desde aquella matanza de miles de indígenas ordenada por el general Maximiliano Hernández Martínez, la educación y el discurso oficial se encargaron de anular la existencia de los pueblos indígenas del país, pese a que los rostros, costumbres y tradiciones de la mayoría de los salvadoreños gritan la presencia de la sangre precolombina en nuestras venas.

El Gobierno de Mauricio Funes, distanciándose de sus antecesores desde 1932, creó la Dirección de Pueblos Indígenas, dando carta de ciudadanía a muchas comunidades que incluso en la clandestinidad y sin el reconocimiento oficial siguieron cultivando algunos elementos de su identidad. Precisamente cuando hay una común valoración del renacimiento del movimiento indígena en el país, la celebración del bicentenario significa un enorme retroceso en la medida en que mantiene la tradición de invisibilizar a los pueblos indígenas.

No tiene sentido recordar una fecha histórica si no se actualiza su contenido original. Según los manuales de historia, hace dos siglos se dio la primera iniciativa independentista en El Salvador, en reacción al monopolio comercial impuesto por Guatemala y en el marco de la crisis económica y política que sobrevino a las colonias americanas de España a inicios del siglo XVIII. La historia no habla de la situación de los pueblos originarios y del papel que jugaron en aquel momento. Y ese componente se mantiene, pues 200 años después los pueblos originarios de El Salvador no aparecen en ninguno de los hitos que se exaltan para celebrar el bicentenario.

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