Son cientos los jóvenes que se ven forzados a integrarse a las pandillas para obtener los beneficios que ello les ofrece o para salvar la vida. Los escritos de unos estudiantes a raíz de una tarea asignada por su maestra han permitido conocer de primera mano esa situación. Los textos revelan, de manera directa y sencilla, dinámicas que otros estudios ya han señalado, y a los que las autoridades siguen sin dar mucho crédito. Los jóvenes que viven en comunidades mal llamadas marginales se enfrentan a diario con la presencia de pandilleros y policías. El maltrato policial hacía estos jóvenes es común, ya sea porque sospechan de su pertenencia a las pandillas o porque quieren sacarles información de quiénes son los pandilleros en la comunidad. Así, la vida de estos jóvenes se ha convertido en un verdadero calvario.
Por un lado, son asediados por los pandilleros que controlan su localidad para que colaboren con ellos o se integren al grupo, y también acosados y amenazados por la pandilla rival en los barrios vecinos. Esto provoca que no puedan moverse libremente, que deban medir sus pasos en función de quiénes controlan los territorios a su alrededor. El otro serio problema que enfrentan es la exclusión del mundo laboral: ciertas empresas los rechazan automáticamente por vivir en una zona definida como problemática. Y por si fuera poco, cuando un joven se atreve a denunciar el acoso pandilleril del que es objeto, no puede tener la certeza de que la queja no será utilizada en contra suya, pues hay agentes de la Policía que tienen contacto con las pandillas y les pasan información sobre los denunciantes. No se corre mejor suerte cuando la denuncia va contra la misma PNC: pocas cosas más peligrosas en un barrio caliente que granjearse la enemistad de un agente.
Ante esta situación, es necesario cambiar de estrategia. En primer lugar, se requiere de una adecuada comprensión del fenómeno, conocer a fondo las causas que llevan a los jóvenes a integrarse a las pandillas. Si bien es cierto que muchos lo hacen por voluntad propia, porque encuentran en el grupo un apoyo que responde a sus aspiraciones, muchos otros no tienen otra alternativa, pues la pandilla es la única opción para sobrevivir en territorio hostil. Además, muchos ingresan a las pandillas casi sin darse cuenta; inician colaborando con pequeñas tareas a muy corta edad, como llevar y traer mensajes, recabar información, vigilar alguna zona, etc., hasta que no les queda de otra que enrolarse formalmente a través de la paliza reglamentaria. Y una vez entran en la pandilla, la salida es difícil, sino imposible. Si además se vive el acoso policial, el paso de mero colaborador a verdadero pandillero se facilita aún más.
La estrategia de represión produce efectos contrarios a los que pretende: en lugar de alejar a los jóvenes de las pandillas, los empuja a ellas. Por el contrario, un plan que les ofreciera el acompañamiento y el apoyo requeridos para resistir a la presión de las pandillas tendría más posibilidades de éxito. La mejor manera de controlar este fenómeno, ya completamente desbordado, es lograr que las pandillas no sean una alternativa para la juventud. Pero para ello la sociedad debe ofrecer una amplia variedad de alternativas de realización personal y social. Es decir, ofrecer empleos, oportunidades de continuar los estudios, espacios de encuentro y sana recreación, apoyo para resolver los problemas familiares y personales, protección ante el asedio pandilleril, oportunidades de rehabilitación personal.
Si después de tantos años de políticas de mano dura y de medidas extraordinarias de diferente tipo los logros han sido escasos, incluso contrarios a los esperados (aunque haya disminuido el número de homicidios, no se ha logrado llevar paz y tranquilidad a las comunidades ni se ha reducido el control territorial de las pandillas), es necio seguir haciendo lo mismo y esperar que los resultados sean diferentes. Sin un verdadero cambio de estrategia, una que ponga en el centro el apoyo a los niños y adolescentes en situación de riesgo, y a sus familias, la situación no cambiará; oleadas de jóvenes seguirán sumándose a las pandillas, reproduciendo la violencia y la criminalidad que tanto aflige a nuestro país.