Camino de esperanza

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Editorial UCA
04/09/2017

Que el diálogo en El Salvador es necesario no lo niega nadie. Sin embargo, hay temas que encuentran demasiadas dificultades para ser abordados. La necesaria reforma fiscal, las vías hacia el cese y control de la violencia, la reforma del sistema judicial, el acceso a ese bien público que es el agua, la construcción de una institucionalidad confiable, la corrupción como mal nacional presente en diversas esferas de la vida política y económica son problemas que no acaban de ser enfrentados con voluntad clara de diálogo. El miedo a perder poder, influencia o dinero suele estar detrás de estos impasses. También se echan de menos capacidades, como la imaginación o un realismo pragmático, que permitan la adaptación rápida a nuevas circunstancias sin faltar a la justicia y al interés general. Estas dificultades serán superables si conseguimos que crezca una voluntad de diálogo que sepa escuchar, entender los argumentos contrarios y encontrar las coincidencias que se esconden en medio de las discusiones.

El diálogo, en su sentido tanto etimológico como real, implica la capacidad de llegar a acuerdos a través del logos, es decir, de la razón y el razonamiento. Es cierto que a veces los intereses individuales o de grupo pesan más que la razón. Pero en la medida que los intereses se vuelven confrontativos, solo el diálogo razonado puede lograr soluciones pacíficas. Aunque generalmente no se reflexiona sobre la escasez o falta de diálogo como una de las fuentes de la violencia, lo cierto es que el diálogo es siempre el mejor camino para evitarla. Y en ese sentido, cuando entre los liderazgos contrapuestos de una sociedad falta la capacidad de diálogo, es evidente que ellos tienen responsabilidad en la violencia social existente.

El problema es cuando en el diálogo entre dos, sean personas o grupos, ambas partes se acusan mutuamente de que el otro no quiere hablar. Si eso sucede, lo lógico es buscar una mediación. Sí el entrampamiento se da en la esfera política, acudir a la sociedad civil suele ser eficaz para conseguir soluciones de mutuo acuerdo en medio de las diferencias. Porque la sociedad civil está más acostumbrada a debatir, razonar y llegar a pactos. En ocasiones, incluso intermedia sin tener formalmente que hacerlo. En otras palabras, es tan fuerte a la hora de crear opinión que marca una línea que los partidos políticos y otros grupos de poder no se atreven a romper. En El Salvador, donde tenemos una sociedad civil débil, es necesario tanto promover el diálogo interno entre los diversos sectores políticos y económicos como superar la tendencia de los grupos de poder a arrastrar a todos a sus propias posturas. Mantener la independencia es necesario para poder incidir, aunque haya voces que siempre acusen a las instituciones de la sociedad civil de parcialidad. Pero esa parcialidad, en todo caso, no debe ser con sectores de poder, sino con lo razonable y lo óptimo de cada momento social, cultural y económico.

El Salvador necesita diálogo sobre un buen número de cuestiones de las que depende el desarrollo, el bienestar y la cohesión social del país. Siendo tan pequeños tanto en territorio como en población, aunque la densidad poblacional sea grande, no debería ser difícil conseguir una convivencia armónica. Es cierto que la desigualdad y la cultura contemporánea individualista, consumista y competitiva pueden generar y generan situaciones explosivas. Pero es precisamente el diálogo de una sociedad civil que investiga y trata con la realidad y sus problemas el que puede superar la división típica de dichas situaciones. Arena y el FMLN tienen, en medio de un difícil contexto económico y social, la obligación y la responsabilidad de buscar soluciones aceptadas de mutuo acuerdo, soluciones que ofrezcan caminos más plausibles de desarrollo. Pese a sus debilidades, la sociedad civil salvadoreña posee la capacidad de colaborar sin dramatismos ni exaltaciones en esa búsqueda del bien común. La ley y la institucionalidad que permiten el acceso a la información pública no se hubiera logrado sin la participación activa de una sociedad muy diversa, pero unida en la exigencia de transparencia como herramienta para vencer la corrupción y otros vicios del pasado. Escuchar a la sociedad civil es un camino de esperanza. Y los partidos políticos no deben desoír las esperanzas de la gente.

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