El Jueves Santo, en la misa crismal, el arzobispo de San Salvador anunció la inminente publicación de una carta pastoral sobre la violencia. Dos días después, se envió a los párrocos de la arquidiócesis la versión electrónica de la carta, que aún no ha sido presentada ni publicada en impreso. Lo primero que hay que decir es que es un espléndido esfuerzo analítico de la violencia y de la necesidad, como cristianos, de trabajar por la paz. Es un documento amplio con un análisis histórico y teológico que rara vez se ha hecho en El Salvador. Y que su autor sea el arzobispo y presidente de la Conferencia Episcopal le da al texto una fuerza moral y espiritual de primera magnitud. La Iglesia es por mandato evangélico constructora de paz, y esta carta pone unos espléndidos cimientos para el compromiso cristiano de lograr una comunidad nacional más fraterna, solidaria, pacífica y justa.
En nuestro país, abundan las noticias sobre la violencia. La muerte y otros delitos se multiplican día tras día. El tema se aborda de continuo en los debates públicos, pero la mayoría de los análisis, por el espacio que confieren los medios, suelen quedarse cortos. La carta, dada su dimensión, la profundidad de sus análisis histórico y cultural, y la excelente síntesis de la tradición de la Iglesia en torno al problema de la violencia desde el Concilio Vaticano II, pasando por el pensamiento eclesial latinoamericano expresado en los documentos que van desde Medellín a Aparecida, se convierte en un texto de necesaria reflexión para los cristianos. Los sacerdotes, los innumerables laicos y laicas que realizan tareas de evangelización y servicio tienen la responsabilidad de estudiar este documento y de buscar la manera de comunicarlo adecuadamente. Los movimientos eclesiales deben asumirlo como propio, pues sería incoherente que no trataran a fondo un tema que preocupa a todos y al que la Iglesia quiere darle prioridad.
Además, la carta pastoral tiene como respaldo el trabajo permanente de las comunidades cristianas en muchas de las zonas que sufren violencia. La UCA es consciente del excelente trabajo de muchos sacerdotes y sus colaboradores en medio de situaciones difíciles y riesgosas. Por ello, alegra que la carta respalde esa labor y que a su vez esté sustentada por esa entrega al servicio y al acompañamiento de nuestro pueblo, en especial de los más pobres. La violencia ha tenido en El Salvador una presencia endémica permanente. La explotación, la marginación, la guerra y la crueldad que la misma provoca, el machismo, el estallido social han sido formas diferentes de violencia, con frecuencia interrelacionadas. Ello no ha impedido el surgimiento de figuras señeras en la defensa de los pobres y sencillos, así como de los derechos humanos.
La beatificación de monseñor Romero, llamado oficialmente “padre de los pobres”, muestra un camino que muchos otros cristianos y cristianas trataron de seguir en circunstancia muy difíciles. Los valores acumulados en la mayoría del pueblo salvadoreño de bondad, solidaridad, trabajo y resiliencia ante las adversidades son sin duda suficientes para lograr un cambio en esta situación de violencia. La carta pastoral de nuestro arzobispo recoge lo mejor de la tradición eclesial y nos relanza a todos a la construcción de la paz. Una vez salga la edición definitiva, será tarea de todo cristiano estudiarla, comentarla y, sobre todo, animarse, desde la fuerza evangélica y eclesial reflejada en ella, a enfrentar pacíficamente el reto de superar la violencia fratricida que hoy golpea tan duramente a El Salvador.