Comprometidos con la justicia y la paz

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Editorial UCA
16/11/2015

Los jesuitas de la UCA, Julia Elba y su hija Celina, asesinados con saña el 16 de noviembre de 1989 por un grupo de militares, son considerados mártires porque la causa principal de su muerte fue su trabajo a favor de la paz y de la justicia, en fidelidad al seguimiento de Jesús. Mártir es el testigo del amor a Dios, y ellos lo testimoniaron al entregarse por entero a la lucha en favor de las mayorías pobres de nuestro país. A ellos se les puede aplicar dos de las bienaventuranzas proclamadas por Jesús, según el evangelio de Mateo: bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios; bienaventurados los que son perseguidos a causa del bien, porque de ellos será el Reino de los Cielos.

La búsqueda de la paz y la justicia fue su principal objetivo, al servicio del cual pusieron su trabajo universitario diario y la labor pastoral que realizaban los fines de semana. Para ello buscaron establecer puentes, abrir caminos para el diálogo, y a la vez denunciaron continuamente las injusticias y los atropellos que sufría la población. Por señalar la verdad y hacerlo con autoridad, se convirtieron en personas incomodas, en estorbos. La credibilidad que tenían sus palabras, fundamentadas en rigurosos estudios y en un gran conocimiento de la realidad, desenmascaraba con facilidad las mentiras del régimen de entonces. Durante más de una década, fueron amenazados constantemente, y no solo de palabra; varias bombas fueron colocadas y explotaron en puntos estratégicos de la UCA, como la imprenta, el centro de cómputo y las oficinas de sus principales directivos.

Durante una buena parte de su vida, los mártires de la UCA se dedicaron a trabajar por la paz, convencidos de que el diálogo y la negociación entre las fuerzas en conflicto era la única vía para que cesara el sufrimiento del pueblo y la más provechosa para el futuro del país. Pero también sabían que la paz solo sería posible y duradera en la medida que se realizarán transformaciones en pos de la justicia social. Eran muy conscientes, porque conocían a fondo a El Salvador, de las graves injusticias que se cometían, de las violaciones a los derechos humanos, de la ausencia de libertad y democracia, de la terrible opresión bajo la que vivía la mayoría de salvadoreños, y exigían con fuerza que todo ello cambiara.

Conocían de primera mano la pobreza que campaba a sus anchas en las zonas rurales y urbano-marginales; de las demandas de salarios justos por parte de los trabajadores y los sindicatos; de la enorme riqueza de los terratenientes oligarcas, amasada con el trabajo y el sudor de los obreros y campesinos. Y por ello exigían un cambio en unas estructuras sociales y económicas que estaban organizadas para favorecer a las élites que controlaban el poder y la economía; un cambio para que la riqueza generada por todos fuera distribuida de manera equitativa.

Ese conocimiento de la realidad lo obtenían de sus estudios y trabajos de investigación realizados en la UCA, pero también del contacto cercano con la gente. Acompañaron a las comunidades cristianas de zonas rurales y urbano-marginales en su caminar, para animarse mutuamente, para conocer de primera mano cuál era el sentir y pensar del pueblo salvadoreño. En los refugios, en Jayaque, en Tierra Virgen, en la colonia Quezaltepeque, en las escuelas de Fe y Alegría, realizaron una intensa actividad pastoral que sin duda fortalecía su saber sobre las dinámicas y procesos nacionales, pero sobre todo su compromiso sacerdotal y su trabajo universitario a favor de los pobres.

Honrar y celebrar a los mártires de El Salvador, no solamente a los de la UCA, supone comprometerse con su legado y seguir trabajando por las causas que animaron sus vidas y dieron sentido a sus muertes. La búsqueda de la justicia, basada en la igual dignidad de todas las personas y en el derecho a la igualdad de oportunidades, de forma que llegue a ser el principio que rija las relaciones económicas, sociales y políticas, sigue siendo uno de los principales retos de nuestra sociedad. Igual ocurre con la paz. No podremos decir que la paz es una realidad en nuestro país mientras a diario se cometan homicidios, se viva en la inseguridad y se produzcan extorsiones y amenazas que obliguen a la gente a abandonar sus hogares. Como se ha dicho en otras ocasiones, y como lo afirma la misma doctrina social de la Iglesia, no puede haber paz sin justicia. Por tanto, en esta nueva, dura y dolorosa etapa de nuestra historia, a 26 años del martirio en la UCA, para ser fieles al legado de los mártires, debemos seguir su ejemplo y continuar su trabajo, poniendo todo nuestro empeño en que El Salvador avance hacia la justicia social, de la que sin duda brotará la paz.

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