Este lunes se celebra el undécimo aniversario de la muerte de Jon de Cortina. Un hombre tan ligado a la construcción colectiva de la memoria de El Salvador merece estar presente en todos los que bregamos por el respeto irrestricto a la dignidad humana. Jon, como le llamaban sus amigos, era un hombre de ciencia. Doctor en Ingeniería Civil, se afanaba por aportar desde su profesión al desarrollo nacional. Su preocupación por la problemática sísmica generó diversas acciones encaminadas a dotar de mayor seguridad al país frente a los terremotos. Desde un primer congreso de ingeniería sísmica hace ya muchos años hasta diversos proyectos que cuajaron finalmente en el Laboratorio de Estructuras Grandes de la UCA, nunca dejó de interesarse por las necesidades de El Salvador.
Su sensibilidad humana, fraguada en el Evangelio y en la cercanía al dolor de la gente sencilla, lo llevó también a trabajar con la creatividad de nuestro pueblo. Jon conoció la represión cuando se quedó en Aguilares después del asesinato de Rutilio Grande. Supo de la pobreza y el hambre por su labor en la parroquia de Jayaque durante buena parte de la guerra civil. Y sintió como propio el dolor de los chalatecos que perdieron hijos (muertos o desaparecidos) por el conflicto. Sobrevivientes de masacres, refugiados en Honduras que regresaron a El Salvador antes de la firma de la paz, encontraron en él un amigo y compañero en la lucha por un reasentamiento digno.
La población de Guarjila en especial se convirtió en familia grande de Jon, en donde convivía y compartía planes de desarrollo socioeconómico, y desde donde incidió en la política nacional, incluso logrando la victoria contra el Estado salvadoreño en la Corte Interamericana de Derechos Humanos por el caso de las desaparecidas hermanitas Serrano. De esa unión de un ingeniero creativo, capaz de reconstruir puentes sobre el Sumpul, todavía hoy en uso, y de una población deseosa de recuperar su dignidad, surgieron en Guarjila verdaderos modelos de salud comunitaria, vivienda campesina digna, trabajo entusiasta de dimensión colectiva, convivencia sana y esperanzada.
De esta alianza profundamente emocional surgió Pro-Búsqueda, una asociación de familiares de desaparecidos que ha logrado el mayor número de reapariciones y reencuentros no solo en la historia de El Salvador, sino de América Latina, este subcontinente que sufrió tantos crímenes contra la niñez en el marco de las guerras sucias. Junto con Pro-Búsqueda, De Cortina tuvo la valentía, por ejemplo, de organizar un reencuentro entre un soldado que salvó a un niño en medio de la masacre en El Mozote y los padres del menor. Verdadero reconstructor de tejido social y auténtico sanador de heridas, se indignaba ante el lema de perdón y olvido, entonces oficial, mientras procuraba la reparación de las víctimas. La sensibilidad de Jon y su auténtico compromiso con los pobres lograron establecer dinámicas de reconciliación mucho más hondas y duraderas que los discursos fáciles de unos y otros.
En el 25.° aniversario de los Acuerdos de Paz, seguro muy pocos mencionarán a Jon de Cortina. Sin embargo, su aporte a la paz fue, antes y después de los Acuerdos, enormemente eficaz entre la gente sencilla, pues generó fuerzas y dinámicas pacificadoras de profunda calidad humana. Como de costumbre en las celebraciones del fin de la guerra, los dos partidos mayoritarios se alabarán a sí mismos, presentarán a sus respectivos negociadores como próceres, y olvidarán esa impresionante lista de personas de la que forman parte Jon de Cortina, María Julia Hernández, monseñor Rivera y Marianela García Villas. Sin embargo, cuando se escriba en serio la historia de El Salvador, los nombres que hoy veneran los medios de comunicación serán pura anécdota al lado de verdaderos constructores de paz como Jon.