Este martes se cumplieron 26 años de la firma de los Acuerdos de Paz entre la guerrilla del FMLN y el Gobierno del entonces presidente Alfredo Cristiani; un acto que puso fin a más de una década de conflicto armado y marcó el inicio de la transición hacia la democracia. Los Acuerdos sentaron las bases para transformar un Estado totalitario y militarista en uno respetuoso de la libertad y de los derechos humanos, abriendo así una nueva etapa de esperanza y de oportunidades de armonía y bienestar. El 16 de enero fue declarado el Día de la Paz en El Salvador. Por lo que la fecha no es solo un momento oportuno para recordar aquel acontecimiento, sino también para construir y defender la paz. Desde esta perspectiva, tiene sentido conmemorar aquel hecho clave.
Sin embargo, para ser honestos con la realidad, también hay que reconocer que, a pesar de los importantes cambios en nuestro sistema político, no se puede afirmar que hoy estamos en paz. Como sabemos, gran parte de la población vive bajo múltiples formas de violencia, sufre en carne propia y a diario los embates de la misma; la pobreza le niega a la mayoría el bienestar al que toda persona tiene derecho; la injusticia está encarnada en las estructuras económicas y sociales, y producto de ello es la enorme desigualdad entre unos pocos que lo tienen todo y muchísimos que padecen grandes necesidades; el Estado no es capaz de ofrecer seguridad ni protección a sus ciudadanos para que puedan desarrollar y realizar sus aspiraciones; el goce de todos a derechos fundamentales como la educación, la salud, el trabajo y una vivienda digna sigue siendo una utopía; el respeto a los derechos humanos por parte de las autoridades ha sufrido un grave retroceso.
Para la doctrina social de la Iglesia católica, la paz debe estar fundada sobre la verdad, la justicia, la libertad, el amor; es la línea única y verdadera del progreso humano, el fundamento para el desarrollo de los pueblos. Esta es la paz a la que debemos aspirar, la que debemos construir en nuestro país para salir de los graves problemas que nos asfixian. La paz es más que ausencia de guerra, es un estado que, fundamentado en la libertad, la justicia y la solidaridad, permite la concreción del progreso y el desarrollo humano para toda una sociedad. El año pasado, en la celebración del vigésimo quinto aniversario de la firma de los Acuerdos, el presidente Salvador Sánchez Cerén llamó “a asumir el desafío para alcanzar nuevos acuerdos de nación que nos permitan avanzar en democracia, bienestar social, justicia y desarrollo económico. A poner al centro los intereses del país y construir juntos nuevos acuerdos que permitan crear la condiciones y tomar las medidas para erradicar la extrema pobreza en El Salvador. A asumir el diálogo permanente como una política de Estado para construir una cultura real de paz basada en el compromiso de todas y todos”.
Un año después, poco se ha avanzado al respecto. Aunque las fuerzas políticas han logrado acuerdos temporales que han facilitado la gobernabilidad del país, se requiere ir más allá de lo coyuntural, lograr pactos de largo plazo que fortalezcan la institucionalidad democrática y el Estado de derecho, que permitan que El Salvador camine con paso firme hacia un desarrollo sostenible e inclusivo, supere la inseguridad y ponga fin a la violencia que azota con especial intensidad a los más pobres. Se requieren acuerdos políticos, económicos y sociales para hacer viable a la nación, para que sea próspera y dé oportunidades a toda la población. Sin duda, esta es la principal tarea pendiente y la más urgente, en la que debemos poner todo el empeño. La gravedad de la crisis que vivimos lo exige, y responder a ello con verdadera voluntad de diálogo para encontrar caminos de solución sería una muestra de verdadero patriotismo.
Si lograr la firma de los Acuerdos de Paz y poner fin al conflicto armado supuso casi ocho años de diálogo, no hay que desesperar si en un año poco se ha avanzado en la búsqueda de nuevos acuerdos de nación. Hay que tomar ejemplo de aquella experiencia y seguir trabajando con ahínco, no cesar en el empeño, seguir dialogando contra viento y marea, hasta que se logre aquello que el pueblo salvadoreño necesita. Ese será el mejor modo de defender y construir la paz que tanto anhela y requiere El Salvador.