“La negociación es una traición”, “El diálogo o negociación es una maniobra para ganar tiempo, mientras reorganizan sus filas y reabastecen sus recursos logísticos”. Estas dos frases suenan muy actuales, como si se refirieran al tan vilipendiado y rechazado diálogo con las pandillas. Pero no, no son de hoy, sino de la década de los ochenta, cuando vivíamos la guerra fratricida y algunos sectores abogaban por una salida negociada al conflicto. La primera frase, que calificaba de traición al acto de negociar con la guerrilla, la decían en aquellos años los seguidores del mayor D’Aubuisson, fundador de Arena y de los escuadrones de la muerte. La segunda, la que señalaba al diálogo como una estrategia dilatoria para reforzarse, fue argumento de muchas organizaciones de la derecha salvadoreña más recalcitrante.
En su primera conferencia de prensa de 2015, el Presidente de la República se unió al coro, cada vez más nutrido, de voces que rechazan todo posible entendimiento con las pandillas. “No podemos regresar a negociar con las pandillas, porque eso permitió que se fortalecieran (…). Nosotros queremos enfrentarnos a ese fenómeno para disminuirlo”, dijo el mandatario. Además, dio la razón por la que su Gobierno rechaza el diálogo: “No podemos volver al esquema de entendernos y de negociar con las pandillas porque eso está al margen de la ley. Ellos se han puesto al margen de la ley y por tanto nuestra obligación es perseguirlos”. La vida da vueltas, y lo que en un momento se ve blanco puede verse negro unos años después. El argumento de estar al margen de la ley era el que más esgrimían los que se opusieron siempre a la negociación con el FMLN para terminar la guerra por la vía pacífica.
No faltará quien reaccione ante esta comparación y considere una herejía poner en el mismo plano aquella negociación y una probable continuación de la tregua entre las pandillas. Y esta objeción tiene fundamento. No sería justo, ni ético, ni inteligente hacer un parangón entre el FMLN y las actuales pandillas, como ya lo ha hecho algún candidato a diputado de los que han sacado del baúl de los residuos de la Guerra Fría. Los ideales que llevaron a los que se pusieron al margen de la ley durante la guerra civil no solo eran absolutamente diferentes, sino nobles. Antes se estaba dispuesto a dar la vida por el bien de los demás. Los pandilleros no buscan el bienestar social, sino el beneficio personal o de grupo, para lo cual con capaces de cometer las peores atrocidades en contra de personas inocentes.
Las pandillas han hecho tanto daño que es difícil siquiera plantear la idea de tenerles alguna consideración sin granjearse el abucheo popular. Por eso, en estos tiempos, hablar de diálogo es nadar contracorriente. Sin embargo, apelando a la razón y aun en contra del sentir y pensar de muchos sectores que han hecho público su rechazo a un diálogo con las pandillas, hay que decir que no pueden cerrarse definitivamente las puertas a una comunicación con ellas. No hay un camino para enfrentar los conflictos violentos y buscar la paz que no incluya la comunicación con todos los agentes implicados. Dialogar no es lo mismo que negociar. Dialogar es hablar para conocer la opinión y las razones del otro, y para exponer los puntos de vista propios, a fin de explorar las posibles soluciones a un conflicto.
El diálogo no debería significar poner en peligro la democracia. Si un diálogo permite encontrar la senda de la paz, si garantiza el respeto a los derechos humanos y la satisfacción de las demandas de seguridad de una sociedad, estaría justificado. Evitar el asesinato de una sola persona y eliminar los flagelos que angustian a la gente, como las extorsiones, deberían ser objetivos prioritarios de la acción política de nuestros representantes públicos, tras tantos años de dolor y sufrimiento.
Probablemente el tajante rechazo de los políticos a un posible diálogo con las pandillas está condicionado, al menos en los de mente más abierta, por el costo electoral ante la impopularidad de la tregua. Pero no es prudente ni práctico cerrar esa vía para siempre. Por supuesto, una comunicación con los actores de este conflicto debe ser abierta, inclusiva, respetando la legalidad y con el único objetivo de conseguir la paz, tan ansiada durante la guerra salvadoreña y tristemente malograda en esta pugna social que lleva ya demasiados años.