Crisis humanitaria, responsabilidad compartida

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Editorial UCA
04/07/2014

Desde que los niños migrantes se hicieron noticia por abarrotar los centros de detención en la frontera sur de Estados Unidos, llama poderosamente la atención la diversidad de posturas y opiniones sobre este drama humanitario. Mientras los Presidentes de los países del triángulo norte de Centroamérica han dicho que abogarán por la reunificación familiar, Barack Obama anunció que enviará al Congreso medidas que flexibilicen y agilicen el proceso de repatriación. Mientras diversas organizaciones defienden el derecho humano de los niños a reunirse con sus progenitores, los grupos antiinmigrantes estadounidenses protestan para que no se les acoja y vociferan contra Obama, culpándolo de la oleada de migrantes por levantar esperanzas con la esperada reforma migratoria. Y al interior de los países de origen, las reacciones se multiplican. Hay versiones simplistas que culpan de todo a los padres por no educar bien y abandonar a sus hijos. Otros asumen que los niños irremediablemente están condenados a regresar y vivir la misma situación que los llevó a marcharse. Hay opiniones que culpan solo a los Gobiernos centroamericanos y otras que la emprenden contra Estados Unidos por negarse a recibirlos.

En el centro de todo están los niños y su drama humano. Porque en el fondo se trata de una crisis humanitaria provocada por varias causas, algo que Estados Unidos no quiere reconocer. Se estima que cada día 90 menores ingresan a los centros de detención, lo que ha desbordado la capacidad de las instalaciones. Por eso, quieren agilizar la deportación, sin apenas valorar la posibilidad de que los pequeños migrantes logren su objetivo. De acuerdo a diversos estudios, más de 52,000 niños de Guatemala, Honduras y El Salvador han sido detenidos en la frontera sur desde de octubre de 2013. Esta situación revela el cambio de los patrones de la migración. A los factores causales ya conocidos, como la pobreza, la desigualdad, la exclusión social y la falta de oportunidades socioeconómicas, se suma ahora la situación de inseguridad y violencia que se ha convertido en una auténtica cruz para los pobres. Por supuesto, un motivo fundamental para esta oleada de migración infantil es el deseo de reunificación familiar. De esta realidad de los tres pueblos centroamericanos, la niñez y la juventud son las principales víctimas, situación que se agrava por la falta de visión humana e integral en su atención.

En El Salvador, de acuerdo al Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), al menos 6,300 menores de edad han sido asesinados en los últimos 8 años. Esta cruda realidad lanza a la niñez a la aventura —no siempre bien ponderada— de emprender el viaje con destino al Norte. Ciertamente, los Estados centroamericanos tienen un alto grado de responsabilidad en estos flujos migratorios, sobre todo por la falta de voluntad política y la incapacidad para prevenir, investigar y sancionar toda acción y omisión, de actores públicos o privados, que obliguen a la niñez a migrar. Pero en esta crisis humanitaria, Estados Unidos también tiene una enorme responsabilidad, porque si bien a estos niños se les niega un buen futuro en sus países, la administración estadounidense es el principal obstáculo para que se haga efectiva la reunificación familiar, un derecho de todo ser humano, y cuya negación pone en entredicho el carácter humanitario del Gobierno de Obama. Es necesario que su país implemente una política migratoria que sí garantice la protección de los derechos de los niños migrantes, abandonando políticas o medidas centradas en la criminalización de los menores de edad, como la detención automática y la deportación. En nuestra tierra, es hora ya de hacer un debate serio y responsable que conduzca a sentar las bases de políticas públicas en materia de migración, niñez y juventud, y así dignificar a esos sectores que por décadas han sido marginados y olvidados.

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