De evaluaciones

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Editorial UCA
01/06/2016

Los medios de comunicación y sus comentaristas se encuentran evaluando los dos años de gestión del Gobierno de Sánchez Cerén. En general, lo hacen con falta de perspectiva y con una clara intencionalidad política. Se evalúa la seguridad sin tener en cuenta que esta no solo depende del poder ejecutivo, sino también del judicial y de la Fiscalía. Se evalúa la economía sin considerar a la empresa privada y su sistemática negativa a apoyar un salario mínimo decente. Se hacen consideraciones sobre el proceso educativo sin reflexionar sobre la absoluta indiferencia de la Asamblea Legislativa, más interesada en viajar y en contratar asesores que en lograr un presupuesto que sane las terribles dolencias y exclusiones de la educación.

Eso no quita que cada año podamos criticar al Gobierno, que no ha contribuido eficazmente a la transformación de la sociedad salvadoreña para la superación de las claras injusticias que se dan en ella. Ni siquiera se puede decir que se haya iniciado un proceso claro de cambios sociales, los cuales deben reflejarse con nitidez en las instituciones indispensables para el desarrollo económico y social. Estos dos años, vistos en un proceso de largo o mediano plazo, han sido de parálisis, no de avance. Y ello no debería sorprender a nadie, puesto que para gobernar es necesario entablar alianzas frecuentes con los partidos políticos, y los nuestros están marcados por la corrupción, la desidia y el pleito inútil.

Sin embargo, esa relativa parálisis no impide que el Gobierno tenga apoyo popular. Mucha gente sabe que los que critican no son mejores. Los diputados de la Asamblea mantienen plazas corruptas en la institución y no vacilan en malgastar el dinero público. Y es un político de oposición el que se da el lujo de responder a los periodistas diciendo “yo no comento viajes”. No hay duda, la economía está mal. Pero es evidente que un Gobierno de otro color ya hubiera subido el IVA. Ofuscarse en evaluar al Gobierno cuando los problemas son demasiados puede ser una manera de evadir lo fundamental: el análisis de la sociedad en la que vivimos, con sus estructuras sociales injustas y sus fallos típicos del subdesarrollo: el olvido de los más pobres y la corrupción.

Le echamos la culpa al Gobierno de la falta de desarrollo sin reflexionar sobre la indispensable reforma fiscal que de una vez por todas controle la evasión de impuestos y haga pagar sustancialmente más a quienes más tienen. Queremos superar la criminalidad sin corregir adecuada y diligentemente la terrible desigualdad existente. Es más, los grandes medios se emplean a fondo para que el término “desigualdad” sea políticamente incorrecto y no entre en el debate nacional. Junto con los diputados de todos los colores, prefieren el parche de corto plazo de la mano dura en vez de iniciar un proceso claro de construcción de justicia social.

En pocos momentos de nuestra historia ha habido tanta libertad para informar como en la actualidad. Sin embargo, los grandes medios, con los matutinos a la cabeza (unidos hoy por su inquina ideológica contra el partido en el Gobierno), insisten en afirmar que existen amenazas contra la libertad de expresión, como si ellos detentaran el monopolio del goce de ese derecho. Y lo único que pueden aducir como prueba es que el Presidente en algún momento les llamó mentirosos. Se molestan y alarman como si nunca hubieran mentido, como en general mienten muchas instituciones cuando les conviene. Pero la mentira de los medios de comunicación, de las instituciones políticas o de la empresa privada no entra dentro de ningún esquema serio de evaluación.

Tenemos que evaluar. Y es bueno evaluar al Gobierno, decirle con claridad sus errores. Pero también hay que plantear con lucidez los problemas nacionales y señalar la clara incapacidad de las fuerzas políticas y económicas de acordar la construcción de un proyecto de desarrollo para todos los salvadoreños y sostenible en el largo plazo. De nada sirve convertir los aniversarios de toma de posesión del Ejecutivo y las evaluaciones gubernamentales anuales en una especie de festival político. Festival en el que unos muestran su capacidad de congregar fieles y decir cosas buenas de sí mismos, y otros atacan al Gobierno como si se tratara de la encarnación del mal absoluto. Las raíces de los problemas quedan escondidas y sin tocar. Todo un circo, aunque sin mucho pan. Porque el pan se lo quedan unos pocos en posiciones de privilegio tanto económico como político.

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