Hay cuatro instituciones sociales que mueven multitudes en la actualidad: la política, la religión, el deporte y la música. En las concentraciones políticas, los organizadores pagan el transporte y la comida de los asistentes, e incluso en ocasiones entregan estipendios en efectivo. En las religiosas, por lo general, los feligreses se mueven por su cuenta para participar. Y en el deporte y los espectáculos musicales, el público no solo costea su movilización, sino que paga por estar presentes en los eventos. Pero más allá de sus particularidades, la política, la religión, el deporte y la música coinciden en la conexión emocional que establecen con la gente. El político carismático, el pastor, el equipo o el jugador exitoso, o el o la cantante de moda establecen un vínculo con las personas, que puede llegar al fanatismo y la enajenación.
El político con sus promesas lleva a sus seguidores a una realidad imaginaria, ajena al costo de la vida, la pobreza, el desempleo o la falta de vivienda adecuada. El predicador inescrupuloso, de la denominación que sea, lleva al éxtasis a sus feligreses poniéndolos en contacto con un más allá armonioso y feliz, y hace que su grey acepte los problemas de este mundo con la esperanza de que en una vida posterior desaparezcan. En el caso del fútbol en particular, algunos partidos ponen el mundo en suspenso para los fieles de los equipos, dejando de importarles las dificultades y miserias de la cotidianidad. Los espectáculos musicales tienen un efecto equivalente: sustraen de la realidad. Además, tanto la política como la religión, el deporte y los conciertos que atraen multitudes son un negocio millonario, pero de ninguna manera para sus seguidores.
Abundan los políticos que se han enriquecido en el poder o que aumentan su riqueza abusando del poder del Estado. Hay predicadores que han hecho de su iglesia un lucrativo negocio familiar, heredando, de padres a hijos, el poder de mediación entre los mortales y la divinidad y, de paso, la propiedad de todos los bienes construidos gracias a la feligresía. Por otra parte, muchas disciplinas deportivas están ya sometidas a la ley de la oferta y la demanda, convirtiéndose en un negocio. El Mundial de fútbol es el mejor ejemplo de esto y Qatar, la expresión más cruda de que el poder del dinero determina las decisiones de los dirigentes deportivos, llevándolos a cambiar fechas, hacer la vista gorda a la homofobia y a la violencia de género, y silenciar las violaciones a los derechos humanos de la población migrante en el país árabe.
Los políticos son especialistas en apropiarse o hacer suyas pasiones ajenas para su beneficio. Así, apoyan el deporte, gritan extasiados ante ciertos triunfos y hace suyos los delirios de los fanáticos, aunque sepan poco o nada de fútbol. Toman decisiones impopulares utilizando y manipulando la religión. Se valen de la fe de la gente para hacerle creer que proceden por mandato divido. Utilizan los espectáculos musicales como parte del decorado de un país de fantasía, en el que todos viven seguros y se divierten sanamente.