Cuando era candidato, Joe Biden prometió destinar 4 mil millones de dólares a Guatemala, Honduras y El Salvador; ya en la Casa Blanca, hizo oficial esa promesa. Los recursos se distribuirán entre los tres países a lo largo de cuatro años, es decir, mil millones de dólares para los tres al año. La cifra no es desdeñable, sobre todo para naciones con serios problemas financieros. Sin embargo, es ingenuo e irreal pensar que ese dinero resolverá los graves problemas del Triángulo Norte. Cada año, los migrantes hondureños, guatemaltecos y salvadoreño envían más de 20 mil millones de dólares a sus países. Solo en 2020, el año de la pandemia, enviaron a sus familias casi 23 mil millones de dólares sin que los problemas estructurales que afectan la vida de la mayoría de la población hayan siquiera menguado.
Algunos temen, otros celebran que por el deterioro de las relaciones entre El Salvador y Estados Unidos la ayuda prometida por Washington no llegue al Gobierno de Nayib Bukele, sino a organizaciones de la sociedad civil. En realidad, una de las más poderosas razones para no enturbiar esa relación deberían ser los migrantes: la economía nacional, como la de Guatemala y Honduras, depende de las remesas. Según diversos estudios, las remesas fueron en buena medida las que activaron negocios y lograron mantener las condiciones de vida en muchos hogares durante la cuarentena. En El Salvador, las remesas han llegado a representar casi el 20% del PIB.
Los aproximadamente tres millones de salvadoreños que viven en Estados Unidos representan un motivo suficiente para que los ojos de El Salvador no miren en exclusiva hacia China. Pero la volatilidad y estilo de gobernar de Bukele, más movido por impulsos y rabietas que por razones y estrategias, pueden hacer que los actuales problemas con Estados Unidos pasen a convertirse en política de Estado. Porque ¿qué pensar de alguien que como candidato prometió pasar la página del neoliberalismo y que después, siendo ya presidente electo, declaró su adhesión a esa doctrina en la fundación Heritage? Alguien que cuestionó a China por su política exterior intervencionista y no democrática, y hoy coquetea con el gigante asiático.
En 2019 y 2020, ya sea por conveniencia o por la afinidad personal entre Donald Trump y Bukele, la política exterior del Gobierno salvadoreño para con Estados Unidos fue satisfacer el ansia del republicano de frenar la migración sin importar los medios. En ese momento, exigir un trato digno para nuestros migrantes hubiese sido una poderosa razón para distanciarse de Estados Unidos. Ahora que la relación con la nueva administración estadounidense es tensa, el Gobierno salvadoreño sostiene que defiende la soberanía y la dignidad nacional. En realidad, lo que le molesta a Nayib Bukele son las prioridades y exigencias democráticas de la presidencia de Joe Biden. Por hoy, esa molestia es más importante que los intereses y la economía nacionales.