Derechos de los pueblos

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Editorial UCA
25/06/2014

Con el fin de la Guerra Fría, prácticamente se dejó de hablar de imperialismos. Antes era fácil distinguirlos, porque luchaban entre sí, estadounidenses y soviéticos. Ahora pareciera que las ideas de imperio van desapareciendo. Cada vez se habla más de multilateralismo, señalando que los países tienen que asociarse para conseguir objetivos comunes. Pero el estilo imperial de muchos países del Primer Mundo sigue existiendo y sumando víctimas. A veces, de modo cruento; en otras, añadiendo y multiplicando el dolor de personas ya victimizadas por la pobreza o la violencia. El movimiento de sacerdotes obreros de Europa decía recientemente que sus países "crean leyes y reglamentos que, por sus métodos burocráticos, no consideran a los inmigrantes como seres humanos, actuando con ellos como si se tratara de hacer frente a una catástrofe natural o a detener una plaga en las fronteras". E insistían en que el trato europeo a los migrantes había que denominarlo como "verdadero crimen contra la humanidad". En esa línea, se comprometían a luchar contra las expulsiones y a recibir y apoyar a los migrantes en la medida de sus posibilidades.

Pero no solo en Europa hay problemas. Sin ir muy lejos, hay más de 40,000 niños migrantes detenidos en Estados Unidos y sometidos a proceso de deportación. A la vez que las autoridades estadounidenses hablan de un desastre humanitario, se oponen rotundamente a la reunificación de estos niños con sus padres. No se dan cuenta de que el verdadero desastre es precisamente la incapacidad humanitaria del Gobierno de Obama de reconocer los derechos de los niños. Por su parte, México se lava las manos con respecto a los migrantes centroamericanos que recorren su geografía rumbo al vecino del Norte, sin preocuparse de que con ellos se cometan abusos y delitos muy semejantes a los crímenes de lesa humanidad. Ni unos ni otros cumplen con criterios básicos de humanidad y decencia en el trato hacia los niños. Si estos Gobiernos trataran así a los niños de sus países por algo que no es delito —como migrar sin papeles—, la indignación de la ciudadanía los desbancaría pronto de sus puestos. Pero al extranjero migrante, por lo visto, se le puede tratar como si no fuera un ser humano.

En El Salvador nos toca también oír quejas y reclamos cuando defendemos la soberanía alimentaria. La reciente intervención de la embajadora estadounidense diciendo que si no sale a licitación pública la compra de semilla, no se otorgará el Fomilenio, tiene también un vergonzoso sabor imperialista. El Gobierno de Funes inició un proyecto de elaboración de semilla mejorada que los propios campesinos pueden terminar manejando y que multiplica la productividad de las cosechas. Es un paso importante hacia la soberanía alimentaria. En otras palabras, un paso hacia el derecho del pueblo salvadoreño a producir sus propios alimentos en abundancia sin depender de las oscilaciones de precios que imponen las empresas trasnacionales. Pero ese derecho básico de los pueblos a ser gestores de la propia alimentación y desterrar el hambre parece no coincidir con la sed imperialista de dinero que tienen las corporaciones y los funcionarios del país de origen de estas.

El imperialismo difuso, oculto tras las ansias de dinero de organizaciones que se disfrazan de promotoras del desarrollo, o tras las políticas de tratados y acuerdos comerciales donde el más fuerte pone sus condiciones, sigue demasiado presente en el mundo. Con razón el papa Francisco no deja de denunciar la "economía que mata" e insiste en que solo incluyendo a todos en los beneficios del desarrollo, universalizando derechos económicos y sociales, se avanza hacia la paz con justicia.

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Anónimo
26/06/2014
07:11 am
Me parese muy bien el analices
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Anónimo
26/06/2014
06:54 am
Excelente artículo, los condicionamientos a nuestra vida nacional deben ser desechados
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