Desigualdad, corrupción y redistribución de la riqueza son tres conceptos relacionados: los dos primeros, íntimamente; el tercero, en relación inversa a la corrupción y la desigualdad, que se potencian mutuamente. La redistribución los corrige. En un mundo con una terrible desigualdad, la corrupción florece; no hay desigualdad honesta. Y por esa misma razón, en un país como el nuestro, la corrupción es abundante. El desarrollo institucional de la transparencia nos ha ayudado a divisar la punta de este iceberg, que por definición tiende a ocultarse, aunque por su dimensión sea imposible ignorarlo.
La ONG inglesa Global Financial Integrity calcula que entre 2003 y 2012 salieron del país hacia paraísos fiscales 7,880 millones de dólares; un promedio anual de 788 millones, mucho más de lo que El Salvador recibe cada año como ayuda al desarrollo. Además, para el mismo período, estima que el contrabando sumó 6,200 millones de dólares; 620 millones al año que no pasaron por el control del Estado. Si juntamos ambas cantidades, nos encontramos con que anualmente se mueve, por vía corrupta, una cantidad de dinero equivalente a una cuarta parte del Presupuesto General. Y eso sin contar el dinero del narcotráfico, de los sobornos internos y de los negocios antiéticos realizados al calor del poder económico o político.
A raíz de ciertas peticiones al Instituto de Acceso a la Información Pública, trascendió recientemente el enriquecimiento de varios exdirectores de la PNC. A pesar de tener un salario brutalmente superior con respecto a lo que gana un policía sin graduación, hay claras trazas de un enriquecimiento difícil de explicar. El caso más escandaloso es sin lugar a dudas el de Mauricio Sandoval, que fue director de la PNC durante casi cuatro años y, antes, dirigió el Organismo de Inteligencia del Estado. La aparición de nuevos casos de enriquecimiento sospechoso de diputados añade más datos a esta espiral de revelaciones de algo que sabíamos en general, pero que va adquiriendo rostros concretos.
No hay duda de que el contrabando, la corrupción y otro ilícitos asociados elevan los índices de desigualdad económica y social en El Salvador. Y también no hay duda de que es precisamente la desigualdad imperante la que impulsa y favorece la búsqueda de dinero rápido, por el descomunal poder que le da a aquellos que tienen más. El Banco Credit Suisse, que está entre los cincuenta más grandes del mundo, calculaba hace poco que el 1% de la humanidad posee la mitad de todos los activos globales. En otras palabras, las personas con un patrimonio superior o igual a 760 mil dólares tienen un patrimonio líquido o invertido igual al del 99% de la humanidad. Sería interesante conocer cuántos salvadoreños están dentro de ese 1% privilegiado. Si acá se mantiene la tendencia mundial, ellos deberían, por estricta justicia, aportar el 50% del total de la recaudación fiscal anual. Pero en el país estamos demasiado lejos de la justicia.
Al final, si queremos vencer la desigualdad y la corrupción que comporta, no queda más remedio que redistribuir. Y redistribuir —es decir, disminuir la desigualdad— no significa quitarles sin más a los que tienen, sino invertir en la gente. Y con gente más culta, mejor pagada, más convencida en la teoría y en la práctica de la igual dignidad de la persona, disminuiría la corrupción, porque no sería necesaria para alcanzar el sueño de salir de la pobreza o de la vulnerabilidad. Porque habría más gente defendiendo sus derechos a un salario digno y a unas prestaciones sociales universales y decentes. Porque al aumentar la conciencia ciudadana sobre la importancia de redistribuir la riqueza y mejorar las instituciones encargadas de hacerlo, sería más difícil caer en la trampa de la corrupción. Fortalecer las instancias encargadas de perseguir la corrupción es también importante. Pero mientras no se persiga con la misma entereza y decisión la desigualdad, será difícil vencer la corrupción. No lo olvidemos nunca: la desigualdad y la corrupción viajan siempre juntas. La redistribución de la riqueza, en cambio, se une siempre al crecimiento de la justicia y la paz.