Día del Trabajo

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En estos primeros de mayo si algo hay que recordar es la prioridad del trabajo sobre el capital. Un principio que todavía no se cumple como correspondería. Una realidad, el trabajo, que todavía está en muchas ocasiones mal pagada, sin protección formal, sujeto a explotación o desamparo. No faltan en nuestras tierras quienes piensan que el capital es más importante que el trabajo, porque, dicen ellos, es el motor de la economía, crea puestos de trabajo, proporciona recursos, genera innovación, etc. Sin embargo, el capital no pasa nunca de ser un bien material, mientras que el trabajo, al ser fruto de la inteligencia y la libertad de la persona, se convierte en una realidad indispensable para la autorrealización humana. Podemos convertirnos en personas dignas a través del trabajo. Con respecto al capital, en cambio, se necesita ser persona digna para utilizarlo bien.

En el Día del Trabajo, los obreros y campesinos suelen reclamar sus derechos laborales y personales. Y hacen bien, porque el trabajo en El Salvador, especialmente el no especializado, no está adecuadamente valorado. El trabajo en el campo tiene unos salarios de hambre. Y si el trabajo constituye una parte indispensable en la construcción de la propia personalidad y dignidad, en la medida en que se ponga al servicio de otras personas o empresas, debe ser reconocido como tal: como parte de una persona digna y como expresión de la dignidad humana.

Nos dice el informe del PNUD sobre el empleo que en El Salvador sólo el veinte por ciento de la población tiene un empleo digno. Y eso según estándares internacionales reconocidos por nuestro propio país. Recordar y conquistar derechos es uno de los objetivos del primero de mayo. El derecho a una ancianidad digna, retribuida con una pensión adecuada, está lejísimos de ser un derecho universalizado. Escasamente el 18 por ciento lo poseen. El nuevo Gobierno ha prometido dar una pensión compensatoria, y es importante que en la manifestación del primero de mayo se recuerde esa promesa. Diferenciar el IVA, imponiendo mayores impuestos sobre el lujo y rebajando el impuesto sobre artículos de consumo indispensables para la sobrevivencia, ha sido otra promesa interesante para el pueblo trabajador. Otras conquistas sociales, como mejores accesos a vivienda, salud, etc., son exigencias importantes que deben recordarse año tras año.

En este contexto, los dueños de capital en El Salvador deben reflexionar con mayor seriedad sobre la responsabilidad que entraña el ser administradores de bienes que, como nos dice la doctrina social de la Iglesia, han sido creados para el bienestar y disfrute universal de todos los seres humanos. Deben ser conscientes de que los bienes materiales que tienen ni son superiores ni les hace superiores a quienes trabajan para ellos. Dialogar con sus trabajadores, estar atentos a sus necesidades, saber que tienen la misma dignidad que quien administra bienes de capital, es básico. No sólo para una buena relación, sino para una relación justa entre capital y trabajo.

Con mucha facilidad quienes tienen capital se ofenden cuando los trabajadores les reclaman y les llaman ladrones. Comprender que ante una injusticia histórica los trabajadores pierdan en algún momento la paciencia no es demasiado pedir, aunque resulte difícil, sobre todo si se ha vivido demasiado bien y demasiado lejos de las preocupaciones de los pobres. Y aunque la agresividad no es buena, y los líderes sociales deben preocuparse por presentar sus reivindicaciones en el tono más racional y dialogante posible, los dueños de capital deben ser más autocríticos y no refugiarse en la repetida idea de que "gracias a nosotros tienen trabajo". La crisis internacional que ahora vivimos no ha sido causada por el trabajo sino por el capital. Ser conscientes de que hay una deuda histórica del capital con el trabajo en nuestras sociedades es el presupuesto básico para un diálogo fructífero y racional con el mundo de los trabajadores.

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