El Salvador está necesitado de diálogo. Naciones Unidas ha ofrecido un facilitador para ello; en concreto, a Benito Andión, embajador de México en nuestras tierras durante los años difíciles de la guerra y gestor, con otros muchos, del avance hacia los Acuerdos de Paz. Sabiendo que estamos en medio de una crisis en la que se mezclan una grave situación de violencia, endeudamiento, polarización y excesiva lentitud en el camino hacia el desarrollo humano, sería una locura no aprovechar la oportunidad.
Sin embargo, el diálogo tiene sus opositores. Están los que piensan que la crisis les favorece y, por tanto, buscan agudizarla. Otros solamente contemplan el diálogo como un instrumento de beneficio propio. Y no faltan los que han llegado a la conclusión de que hablar no sirve para nada. No son mayoría, aunque pesan. Pero el diálogo es esencial para encontrar soluciones racionales a los problemas. El mismo término “diálogo”, que significa etimológicamente “a través de la palabra”, nos indica que se trata de conseguir objetivos a partir de la conversación entre personas.
Y ese ponerse de acuerdo en objetivos y medios para lograrlos es indispensable en El Salvador. Cada vez es más difícil imponer metas por la fuerza, como fue tradición a lo largo de nuestra historia. Los Acuerdos de Paz son prueba de que ese tiempo ya ha pasado. Tanto la importancia de su firma como la necesidad de poner fin a la guerra civil fueron evidentes. No solo había buena voluntad por parte de algunos sectores nacionales, sino que también se dio una presión internacional que pesó en favor de la paz. Nuestro país no podía mantener la guerra en un mundo que evolucionaba hacia el entendimiento y en una América Latina cada vez más unida en su afán de paz.
No es posible caminar hacia la construcción de un futuro digno sin invertir más en la población. Si no avanzamos hacia la justicia social a través del diálogo, seguiremos postrados ante la violencia, la migración y la pobreza. Si las instituciones no mejoran en conjunto su eficiencia, nuestros problemas serán cada vez más crónicos. Sin una reforma educativa seria, continuaremos en el subdesarrollo. Si no se universaliza el acceso a servicios básicos de calidad, el país seguirá dividido y en guerra. Llegar, a través de la reflexión, el estudio y la palabra, a soluciones para los problemas que nos afectan; diseñar caminos desde acuerdos amplios, con itinerarios y procedimientos claros, con pasos y logros evaluables, es urgente.
La presencia del facilitador del diálogo no solucionará todo. Pero si nos centremos en dos o tres cuestiones acuciantes y damos los pasos adecuados para remediarlas, iniciaremos una etapa en verdad esperanzadora. En el tratamiento de una enfermedad muy compleja, es normal que los médicos tengan diversas opiniones y estrategias para vencerla. Pero ante la desnutrición y el hambre no debería costar alcanzar acuerdos. Tenemos suficientes problemas graves y de relativa fácil solución como para no perder el rumbo al dialogar. Por supuesto, en este caminar a través de la palabra y la racionalidad, todos tendremos que poner generosidad, empeño e incluso sacrificio. Cuanto más se obstaculice el diálogo, más nos hundiremos en los problemas. Cuanto más busquemos juntos soluciones a nuestros problemas, mejor y más capacitados estaremos para planificar racional y humanamente el futuro. El diálogo urge, así como la buena voluntad y la generosidad.