La semana que recién pasó se recordaron dos hechos importantes: uno, decisivo para el avance del respeto a la igual dignidad de la persona en el país; otro, motivador y esperanzado. El primero, un aniversario más de la masacre de El Mozote. El segundo, el aniversario de la muerte del P. Jon Cortina.
El primero es decisivo para El Salvador por una razón fundamental: es la masacre más grande de todas las cometidas durante la guerra. Aproximadamente, mil personas fueron asesinadas. Es en ese sentido símbolo de todas las masacres. Y es también la más brutal, pues teniendo niños indefensos detenidos, encerrados en un convento, se procedió a asesinarlos con la más completa sangre fría. Recordarlos y honrarlos es la única manera ahora de restituirles la dignidad. Nunca nos cansaremos de repetir esa cifra: 131 niños menores de 12 años asesinados a sangre fría en un solo lugar, mientras lloraban por haber sido separados de sus padres y haber visto algunos de ellos cómo se les asesinaba. Un crimen de lesa humanidad que no puede pasar sin que se pida perdón por él. Sin que la misma Fuerza Armada pida institucionalmente perdón, porque fueron militares los que cometieron el crimen y nunca fueron investigados ni sancionados por la misma institución.
Siempre decimos que los niños son el futuro de la patria. Pero a éstos en particular no se les dejó ser futuro. Y los asesinaron quienes por norma constitucional y por simple humanidad estaban obligados a defenderlos. Un crimen terrible, que no se distingue para nada de los asesinatos masivos de los nazis o de las purgas comunistas de Stalin, y por los que ninguna autoridad política del país ha pedido perdón.
Independientemente de las repercusiones que hayan podido tener los asesinatos de monseñor Romero o de los jesuitas, en El Mozote vemos un crimen mucho mayor. Monseñor Romero y los jesuitas, que tuvieron y siguen teniendo eco mundial, lucharon precisamente para detener ese tipo de locuras. Denunciaron, además, un sinfín de injusticias. Aunque el asesinato de ellos sea injustificable, se puede entender que estaban conscientemente arriesgando su vida por los demás y que en ese ambiente de guerra civil podían ser asesinados. Pero esos niños menores de 12 años, con una edad promedio de seis, no se estaban enfrentado con nadie. Eran totalmente inofensivos, puros, sin mancha. No constituían peligro para nadie ni para nada. No había intereses económicos ni políticos que se pudieran sentir amenazados por ellos. No había absolutamente ninguna justificación para matarlos. Es el crimen de guerra más horrendo y por el que se debería pedir perdón con mayor y más profundo dolor. No eran adultos discutiendo con los poderes establecidos, aunque a nadie se le pueda matar por discutir. Pero ni eso hacían. No alegaban, ni denunciaban, ni hacían análisis de la realidad. Simplemente eran niños y niñas inocentes.
Frente a este recordatorio de permanente deuda celebramos otro aniversario esperanzador. Esos niños de El Mozote, unidos a los del Sumpul, Las Hojas y todos los niños desaparecidos y asesinados, impulsaron a ese buen sacerdote y religioso que fue Jon Cortina a solidarizarse con los familiares adoloridos por pérdidas y separaciones forzadas. También esta misma semana de El Mozote recordamos su fallecimiento. Y su presencia viva en comunidades como la de Guarjila y la UCA, y Pro-Búsqueda y todas las familias que han sido ayudadas por esta impresionante obra de Jon. Da esperanza el hecho de que en medio del terror, del imperio de la fuerza bruta, de la indiferencia y el olvido ante el asesinato del pobre, se levanten personas como Jon Cortina y busquen reconstruir solidaridad, reparación, cariño y ternura donados generosamente a aquellos a los que la injusticia y la brutalidad humana trató sin compasión.
Dos aniversarios para recordar, para reflexionar, para rectificar y devolver la dignidad a esos niños; para imitar a gente generosa como el padre Jon, quien se dio entero a la causa de los más pobres.