Cuando comienza esta especie de carrera desbocada que llamamos "campaña electoral", se suele decir que el gran desafío de los candidatos es llegar a la Presidencia, como si se tratara de una especie de torneo deportivo donde lo que importa es ganar, aunque los perdedores acostumbren decir que lo importante es competir. Sin embargo, la política no es ni debe ser un juego en el que los trucos, las habilidades, las apariencias, los errores ajenos, la brillantez del discurso o los cantos de sirena sean el equivalente a los goles en un partido de futbol. La política es y debe ser el arte de encontrar y lograr el bien común en la vida social. Un bien común que generalmente se deja al margen cuando se miente, se prioriza el insulto y la descalificación sobre el debate honrado, o se maneja la imagen como un elemento de mayor importancia que la propuesta política.
Así pues, si de bien común se trata, el desafío de los candidatos (además de la victoria electoral porque de verdad creen en su propia plataforma) sería lograr acuerdos o plataformas comunes básicas que garanticen el bien del país en su conjunto. Y este desafío es tanto más sustancial e importante en la medida en que la historia reciente nos ha demostrado que ningún partido por sí solo puede sacar a El Salvador del subdesarrollo, de la violencia, de la tradición de impunidad, de la poca eficiencia de las instituciones o de los salarios mínimos indecentes. En repetidas ocasiones, hemos abogado desde esta casa de estudios por la universalización del bachillerato para nuestros jóvenes. Pero una decisión como esta, si se quiere llevar a cabo con cierta rapidez, implica unos gastos y recursos que solo se pueden lograr con un acuerdo nacional. Y los acuerdos nacionales básicos se necesitan en muy diversos campos.
Los candidatos deberían tener o buscar una posición coincidente al menos en algunos aspectos clave de campos tan diversos como la educación, la salud, la ecología, la seguridad, el fortalecimiento institucional, el endeudamiento, los tiempos y edades de jubilación, las pensiones y el sistema de impuestos. En todos estos temas hay carencias o problemas graves. Son en parte nuestras señales de subdesarrollo. Sin solucionar los problemas que se ventilan en los campos mencionados, difícilmente se puede hablar de progreso en el bien común. Y ciertamente el paquete es demasiado grande para un solo partido político.
En este contexto, además de debatir los problemas, los partidos y sus candidatos deben buscar pactos básicos que permitan no solo gobernabilidad, sino gobernanza; es decir, buen gobierno. Y buen gobierno orientado al bien común y a la solución de los problemas en temas sustantivos para el desarrollo. Si el calentamiento global, por poner un ejemplo, nos hará más vulnerables en el futuro y afectará seriamente nuestro medioambiente, prepararnos para esa situación tiene que ser tarea de todos. Lograr dos o tres acuerdos nacionales entre candidatos de cara a ese futuro poco prometedor e inevitable es más importante que insultarse. Hay gente que piensa que los acuerdos pueden lograrse después, desde el Gobierno. Pero estos últimos decenios nos han demostrado que ya puestos en el poder o en la oposición, los acuerdos responden más a pactos coyunturales que a propósitos estructurales. Lo que domina es la zancadilla, la interpretación negativa de la propuesta ajena, sacar adelante la propia postura con un ejercicio no siempre ético del poder o entorpecer la labor gubernamental lo más posible por el mero hecho de estar en la oposición.
El desafío de los candidatos no es simplemente ganar. Es comenzar, desde ahora, a impulsar acuerdos nacionales en temas estratégicos de desarrollo. Temas de desarrollo que solamente serán tales si tienen en cuenta el bien común, que de momento ha sido el menos común de los bienes. Bien común que debe universalizar derechos básicos, pero no del modo actual, que estratifica y discrimina a la población en dos redes de protección social, según sea su capacidad económica. Bien común que debe partir de la justicia social, del diálogo con los pobres, sus necesidades y aspiraciones, y de una concepción radical de que todos los seres humanos tenemos igual dignidad y, por tanto, los mismos derechos básicos a la felicidad, el bienestar, la solidaridad y la realización personal.