Mañana, 24 de septiembre, se celebra el Día Internacional del Reo, en honor a la Virgen de las Mercedes, patrona de los mercedarios, congregación religiosa católica que surgió con el carisma de cuidar a los prisioneros. Es esta una buena ocasión para reflexionar sobre la situación de nuestros reos. Sabemos que la mayoría de la población piensa que los privados de libertad, como parte del castigo por el delito cometido, deben ser sometidos a un trato inhumano. Esta idea tan arraigada en nuestro pueblo es totalmente contraria a la visión bíblica-cristiana y a la concepción de que los derechos humanos son inalienables y deben respetarse para cualquier persona, independiente de su raza, credo o condición social.
La tradición bíblica-cristiana pide un trato de respeto hacia los presos, invitando a los creyentes a visitarlos y cuidar de ellos. Según esta tradición, los reos merecen el cuidado de los demás precisamente porque están privados de libertad, una condición equiparable a la del enfermo, del pobre, de la viuda. En el Evangelio de Mateo, se nos anuncia que lo que hagamos con ellos se lo estamos haciendo al mismo Jesucristo. Igualmente, la Declaración Universal de los Derechos Humanos exige el respeto de los mismos para todas las personas, incluyendo a los delincuentes, tanto en el proceso de investigación como en la detención y en la cárcel. No por ser reos pueden ser despojados de su condición humana. Desgraciadamente, una sociedad enfebrecida por el virus de la violencia cotidiana fácilmente olvida estas cosas. Aunque en El Salvador la gran mayoría de la población dice ser cristiana, el trato que le damos a los reos es contrario a lo que nuestros principios de fe exigen.
Los penales salvadoreños se encuentran en unas condiciones físicas totalmente inaceptables. Más de 24 mil presos viven en ellos en situación de extremo hacinamiento, en condiciones inhumanas que nadie quisiera para sí. Lo común es que los reos tengan que dormir en el suelo, y en el mejor de los casos logran conseguir una sábana para medio arroparse. La comida es escasa, huele mal y tiene un aspecto nauseabundo. Los servicios sanitarios son de todo menos higiénicos; el mal olor es indescriptible y en ellos se puede contraer cualquier enfermedad. En la mayoría de los penales, los presos no tienen oportunidad de esparcimiento; están obligados a pasar todo el día sin hacer nada que les distraiga o les ocupe el tiempo.
Y por si no fuera suficiente vivir en esas condiciones tan tremendas, se suma a ello un maltrato constante. Continuamente se realizan revisiones en las que se despoja a los reos de lo poco que tienen: el dinero que les entregó la familia, la sábana para cobijarse, la ropa, el plato para comer, el jabón para lavarse y lavar su ropa... Para hacer las cosas más difíciles, constantemente y sin previo aviso se suspenden las visitas de los familiares. Y es cada vez más frecuente que se escoja el día programado para las visitas para hacer una revisión en el penal, lo que obliga a las familias a salir de la cárcel y ser testigos de la requisa, lo que les provoca zozobra y sufrimiento.
Los centros penales deben rehabilitar, de lo contrario no cumplen con su principal función. No debe obviarse que el 74% de los reos son jóvenes de entre 18 y 35 años de edad, una época de la vida humana en la que se forma el carácter y en la que un trato adecuado puede posibilitar el cambio de una persona. Pero el constante maltrato se convierte en caldo de cultivo para el rencor y el odio. Si al preso se le trata con violencia, se le humilla constantemente y se le hace sentir que no vale nada y que, por tanto, no tiene derecho a lo que es propio del ser humano, ¿qué se puede esperar de él cuando salga de la prisión y vuelva a la sociedad? La violencia engendra violencia; el irrespeto se traduce en más irrespeto; la humillación constante genera resentimiento. Con esta forma de tratar a los presos lo que se obtiene son personas llenas de rencor y deseos de venganza contra una sociedad que las ha tratado inhumanamente.
El Día Internacional del Reo debe servir para que las autoridades de los centros penales de El Salvador y los miembros del Gabinete de Seguridad reflexionen sobre todo esto, asuman y reconozcan los derechos que tienen los reos y busquen la manera de respetarlos. No es problema de dinero, mucho menos de seguridad; es un problema de conciencia, de humanidad y de voluntad. Se trata de cambiar la política equivocada que se ha seguido en los últimos años. Si hay voluntad de hacerlo, el Gobierno contará con el apoyo de las familias, las Iglesias, organizaciones y personas solidarias que saben ver en los presos a seres humanos que merecen respeto y un trato digno, como lo han hecho por años los religiosos mercedarios.