Mucho revuelo han ocasionado en los grandes medios de comunicación las recientes declaraciones de Salvador Sánchez Cerén, en las que los señala como responsables de emprender una especie de guerra psicológica para infundir miedo a la población. El Presidente sirvió así en bandeja de plata una oportunidad que las empresas mediáticas estaban esperando desde hace ratos. Las reacciones han sido las lógicas. El mandatario, dicen los medios, está culpándolos de la escalada de violencia que se vive cuando lo único que hacen es informar con objetividad lo que acontece en el país. Autoproclamándose dueños de la verdad, han interpretado estas y otras palabras del mandatario como amenazas a la libertad de expresión, de la que ellos son, por supuesto, los más fervientes defensores.
A estas alturas, nadie duda de que la inseguridad y la delincuencia son los problemas más sentidos por la población. Pero es innegable que la percepción pública sobre el crimen y la inseguridad está afectada por el tratamiento que los medios dan al tema. Definitivamente, para bien o para mal, los medios de comunicación influyen en la manera en que la población entiende su propia seguridad o inseguridad. Claro está, el fenómeno de la violencia tiene aspectos objetivos, como las estadísticas de delitos y hechos delincuenciales, que están ahí y hablan por sí mismas y que nos deben preocupar a todos. Pero también existen aspectos subjetivos, como el miedo que sienten las personas.
La encuesta del Iudop de finales de 2014 reveló que el 21.6% de los encuestados fueron víctimas de algún hecho delincuencial durante el último año; sin embargo, la población que siente temor de ser víctima de un delito representa un porcentaje mucho mayor. Una cosa son los hechos y otra la percepción de la población. Y en este segundo aspecto los medios juegan un papel fundamental. En Honduras, los grandes medios de comunicación repitieron y repitieron al unísono que en ese país no pasaba nada cuando se cometía el golpe de Estado contra Manuel Zelaya; lo hicieron precisamente para influir en la percepción de los hondureños.
En El Salvador, durante el último gobierno de Arena, en 2007, la mayoría de grandes medios de comunicación coordinaron esfuerzos en la campaña Medios Unidos por la Paz, con el propósito de dar un nuevo enfoque y tratamiento a los hechos de violencia. En ese entonces, decidieron privilegiar la promoción de los esfuerzos de diversas organizaciones por contribuir a la paz, en lugar de dar una cobertura directa de los hechos delincuenciales. Ese pacto desapareció con el Gobierno de Mauricio Funes, no existe durante la actual administración y probablemente no volverá a aparecer hasta que el partido que representa sus intereses vuelva al poder.
Sánchez Cerén se metió con un sector malacostumbrado a ser intocable, al que no se le puede incluir en la lista de entidades a fiscalizar en una ley contra el lavado de dinero, al que pertenecen empresas que gozan de injustas exenciones fiscales y al que se le permite pintar la realidad con los colores que convienen a los intereses de los grupos económicos y políticos que representan. Solo hablar de revisión de los permisos de operación o de la inconstitucionalidad de una ley de telecomunicaciones hecha a la medida de los grandes empresarios enciende las alarmas de los grandes medios, que dicen cualquier cantidad de falsedades en nombre de la democracia y la libertad de expresión.
En realidad, Sánchez Cerén no dijo nada nuevo. ¿Cabe alguna duda de que los medios de comunicación salvadoreños defienden intereses económicos y políticos concretos? ¿Quién no sabe que ellos deciden qué publicar y cómo informar? ¿Quién desconoce que hay noticias que intencionalmente son ocultadas y otras a las que se les da una exagerada cobertura? Los dueños de los medios y los que trabajan en ellos dirán que cada empresa tiene la libertad para alinearse con quienes mejor le parezca. Y tienen razón, pero por eso mismo exhiben impúdicamente su hipocresía cuando dicen hablar en nombre del interés nacional. Además, precisamente debido a esa libertad de alineamiento, se necesita más pluralidad en la oferta informativa. En la última campaña electoral, ciertos medios, una vez más, no tuvieron pudor ni reparo ético en respaldar el proyecto político con el que se identifican. Bastaba hojear los diarios impresos para darse cuenta con facilidad, por el tratamiento de la noticia, por la ubicación asignada y por el espacio dedicado a los candidatos, a qué intereses respondían.
Sánchez Cerén se ha quedado corto al decir que lo que algunos medios persiguen es impactar psicológicamente en la gente para infundir miedo. En realidad, el proyecto de los grandes medios de comunicación alineados con la derecha es sembrar en el imaginario colectivo la percepción de que el Gobierno es incapaz de hacerle frente a la inseguridad y, en general, a los grandes problemas del país. “La izquierda no sirve para gobernar” es el mensaje implícito en toda su cobertura. Ellos quieren imponer su verdad a toda la sociedad y respaldan un proyecto económico y político que no está representado en el actual Gobierno. Lo peor que puede hacer el Ejecutivo es darles la razón. Sin embargo, no debe adversarlos con discursos ni afrentas, sino con logros, con obras, con resultados que beneficien al pueblo salvadoreño, especialmente a los sectores que enfrentan más dificultades.