El signo del papa Francisco

“¿Por qué las armas letales son vendidas a aquellos que pretenden infligir un sufrimiento indecible sobre los individuos y la sociedad? Tristemente, la respuesta, que todos conocemos, es simplemente por dinero; un dinero impregnado de sangre, y muchas veces de sangre inocente. Frente al silencio vergonzoso y cómplice, es nuestro deber afrontar el problema y acabar con el tráfico de armas”. Seguramente, muchas personas en el mundo, pacifistas, luchadores por la paz y la justicia, están plenamente de acuerdo con esas palabras; y cualquiera que pretenda ir al fondo del problema de la violencia podría decir lo mismo con esas u otras frases. Lo extraordinario no es solo que hayan sido dichas por un papa, sino que fueron pronunciadas ante el Congreso del país que es el mayor exportador de armas en el mundo, Estados Unidos.

Cada vez es más claro que lo de Bergoglio es algo especial. Y no solo especial, sino también positivo para una iglesia necesitada de credibilidad y de limpieza, y para una sociedad azotada por la destrucción del medioambiente y por la desigualdad; una inequidad que tiene a gran parte de la humanidad hundida en la pobreza. Desde su primera aparición pública, Francisco comenzó a sorprender con simbólicos gestos de cambio. Y esos signos han ido teniendo poco a poco sus correlatos en la realidad. En El Salvador y América Latina, la beatificación de monseñor Romero fue un hecho que evidenció ese cambio. El papel del papa ante la sexagenaria problemática entre Cuba y Estados Unidos ha sido también otro de los aportes que ha sorprendido a muchos. Y por supuesto, la encíclica Laudato si, tan esperada y tan leída en el mundo, con la visión de una ecología integral, ha sido otro de los hitos del obispo romano.

En su gira por Cuba, el papa tuvo la oportunidad de conversar con la más alta dirigencia del régimen, visitar los lugares icónicos de la religiosidad popular cubana y dar su apoyo a la Iglesia local, que con tantas dificultades ha sobrevivido todos estos años. En Estados Unidos, además de aprovechar la oportunidad de hablar ante el Congreso, Francisco dio un discurso sin precedentes en la Asamblea General de las Naciones Unidas, donde lanzó fuertes críticas al mundo de las finanzas. Las visitas a la Zona Cero y a una escuela de inmigrantes hispanos en Harlem le dieron un baño de masas probablemente no deseado ni promovido por él, pero generado por todo lo que su persona y su actuación han despertado. ¿Qué tiene Francisco como para llegar a Estados Unidos y decirles a sus congresistas que es humano y cristiano acoger a los migrantes, en un contexto de estigmatización de los mismos? ¿Qué ha hecho que el papa pueda ir a Cuba y decir que hay que servir al prójimo y no a las ideologías en una plaza que concentra los símbolos ideológicos clave del Gobierno cubano? ¿Qué le permite pararse en la sede de la ONU y cuestionar el carácter democrático de la organización?

No hay una sola respuesta a estas preguntas. Sus declaraciones en temas tabúes dentro y fuera de la Iglesia, sus acciones, la coherencia de su estilo de vivir (el papa cocina, se lava la ropa, toma el autobús, va de compras por sus cosas) le han dado credibilidad en prácticamente todos los sectores, incluyendo aquellos no creyentes y otras confesiones religiosas. Su sentido crítico ante el mundo también lo aplica para la misma Iglesia. “Los crímenes de los abusos sexuales a menores no pueden ser mantenidos en secreto por más tiempo. Me comprometo a la celosa vigilancia de la Iglesia para proteger a los menores, y prometo que todos los responsables rendirán cuentas”, aseguró en su visita a los Estados Unidos por los múltiples casos de pederastia que se han registrado. 

Sin ambigüedades, el papa ha dejado bien clara la centralidad de los marginados en su apostolado, todos aquellos que están fuera de los procesos sociales y económicos. La sencillez de Francisco no solo radica en su estilo de vida, sino en la manera en que es capaz de decir cosas profundas y explicar conceptos claramente. Es excepcional que una persona alcance tanta trascendencia e importancia a base de no querer tenerlas. Francisco ha demostrado que se puede ser crítico y humano en espacios tradicionalmente al servicio del poder. Por supuesto, como toda persona, el papa tiene defectos. Los ricos lo tachan de comunista por su preocupación por los pobres; otros, abanderados de causas progresistas, lo critican por algunas de sus posturas ideológicas. Pero nadie puede negar a estas alturas que Francisco ha sido una bocanada de aire fresco y revitalizante para el Vaticano, para la Iglesia católica y para buena parte de la humanidad. El papa es hoy un foco de esperanza y compromiso.