En medio de la exaltación y la palabrería que un triunfo político produce, bueno es reflexionar con tranquilidad frente al hecho. Estas elecciones norteamericanas tienen la fuerza simbólica de haber superado, parcialmente, una de las lacras con las que tradicionalmente cargaba Estados Unidos: el racismo. Pero más allá de eso, hay que verlas dentro de una normal alternancia, que se da además en dicho país con mucha mayor facilidad cuando la economía va mal. La diferencia entre los republicanos y los demócratas no es mucha, y cualquiera de los dos candidatos, McCain y Obama, era notoriamente mejor que Bush. No se trataba de una elección dramática, aunque sí pesaba mucho en ella el deseo de cambio frente a la incapacidad que Bush mostró en repetidas ocasiones al enfrentar seriamente los conflictos políticos y, sobre todo, esta última crisis económica.
Más interesante puede ser para nosotros el análisis de las posibles repercusiones en El Salvador, que aunque no serán demasiadas ni muy fuertes, pueden poner algo de sal en el ambiente electoral. Para empezar hay que decir que la derecha de este país siempre ha preferido a los republicanos; y la izquierda, a los demócratas. Las universidades con incidencia política, los grupos que trabajan en el desarrollo y la conciencia crítica también se han decantado generalmente por los demócratas. Mientras los republicanos entorpecían la investigación en el caso de los jesuitas, los demócratas impulsaron una investigación independiente que llegó hasta algunos de los autores intelectuales del crimen.
Esta situación ha puesto nerviosa a la derecha; no quisiera que el triunfo demócrata significara un nuevo aliento para el FMLN, además del que ya tiene y que se refleja en las encuestas. Eso explica la rapidez con que Arena ha sacado un mensaje, leído por el candidato Ávila, felicitando a Obama e insistiendo en la eterna amistad entre nuestros países. También el exceso de rapidez explica que en ese mensaje propagandístico el candidato Ávila cometa una falta de sintaxis en la lectura. La prisa es mala consejera incluso para la publicidad, y Arena bien haría en repasarla antes de lanzarla. Evitará así que su candidato quede mal. Tienen gente que escribe bien y es bueno que ellos redacten los mensajes o al menos los corrijan. La gente puede sufrir mentiras de cualquier grupo político, pero no hay derecho a que le destrocen la lengua.
Pero más allá de estos detalles, bueno sería que ambos partidos, Arena y FMLN, desarrollaran una política común sobre nuestros migrantes. El voto latino y el voto migrante ha estado con Obama. Sus primeros meses serán decisivos para la política migratoria. El maltrato creciente que están recibiendo muchos migrantes tiene que frenarse, y una política de consenso de ambos partidos puede contribuir a acelerar y animar a una serie de congresistas que, cercanos a El Salvador, están dispuestos a promover una política migratoria mucho más humana que la que está siguiendo Bush en este momento.
Asimismo, debería fraguarse un gran consenso en torno a la retirada de nuestras tropas en Irak. La presencia de nuestros soldados en aquellas tierras no vale la vida de un solo salvadoreño. Y han sido varias las vidas que hemos perdido allá. Entrado Obama al poder, la retirada de nuestras tropas debe ser inmediata, y fruto del consenso de los dos partidos grandes. Es un punto que los ha dividido hasta ahora, pero que no tiene sentido que los divida de ahora en adelante.
¿Tendrán algún efecto las elecciones norteamericanas en las nuestras? El ideal es que no lo tengan. Pero, evidentemente, el ver cambios en los grandes anima al cambio entre nosotros, en especial cuando el mismo agobio económico, aunque con muy diferente graduación, pesa en ambos países. Cambios que sólo merecerán la pena si llevan a una mayor justicia social y a una mejor organización y participación estatal en la redistribución de la riqueza. Dar confianza a la ciudadanía de que ese cambio es posible será una de las tareas que los partidos, y especialmente el próximo gobierno, deberán cumplir. Y cumplirla en la acción, porque de momento sólo tenemos palabras. Y las palabras tienen entre los políticos demasiada versatilidad y dependencia del viento que sople. También en eso debe cambiar el país.