La libertad es más plena cuando uno se pone fines humanos y que humanizan la propia vida. Y las elecciones no son una excepción. Se trata de elegir representantes que no siempre nos representan adecuadamente. Por eso podemos preguntarnos para qué sirven las elecciones. Cuando de alcaldes se trata, la respuesta a la pregunta es más fácil. Conocemos la comunidad en la que vivimos. Sabemos lo que se ha ido haciendo y el ritmo con el que se ha trabajado en las diversas administraciones de las que tenemos recuerdo. Podemos comparar. Sabemos también que podemos exigir, que hay temas concretos en los que podemos tener opinión y demandar que las cosas se hagan bien. Tenemos fines para nuestra comunidad y podemos poner nuestros fines como objetivo ante los alcaldes. Es un poder cercano y nos permite en ese sentido votar humanamente. Si el alcalde es eficaz y trae bienestar para el conjunto de la gente o para el mejoramiento de la ciudad o lugar en el que habitamos, le podemos perdonar incluso que no hable bien en público. Uno mira directamente los beneficios que reporta a la comunidad.
Pero con los diputados la cosa es más difícil. Rara vez le vemos la utilidad inmediata a la legislación que producen. Sus discursos y polémicas en la Asamblea nos parecen con frecuencia una pérdida de tiempo. Y una pérdida de tiempo bastante bien remunerada. Hasta nos puede dar envidia, porque muy poca gente tiene la suerte de que le paguen un buen salario por hablar mal, insultar o simplemente repetir ideas aburridas y poco originales. Nos duele cuando se suben el salario o cuando gozan de impunidad después de cualquier barrabasada que hagan, incluso en estado de ebriedad. La pregunta sobre su para qué se vuelve más dura y a veces no le encontramos contestación. De hecho, en estas elecciones, que no coinciden con las presidenciales, suele bajar el número de votantes porque la tendencia propagandística es darles más énfasis a los diputados que a los alcaldes. Y porque en la figura del Presidente tendemos a poner unas esperanzas con frecuencia desmedidas, mientras que frente a los diputados nos invade un cierto sentimiento de menosprecio.
El para qué, pregunta legítima frente a unas elecciones, debe remitirnos a algo más que al aburrimiento que los diputados con frecuencia nos producen. Si el tema de fondo es poner fines a lo que hacemos, tenemos que ponerle finalidad a nuestro propio voto. Y anunciar, decir, insistir públicamente en el para qué votamos. Todos tenemos inquietudes respecto al futuro de El Salvador. Debemos decirlas. Todos queremos más seguridad. Todos queremos una seguridad que esté construida sobre el desarrollo equitativo de todos y no de unos pocos. Todos queremos mayor participación en la toma de decisiones políticas y de desarrollo. A veces nuestros deseos respecto al futuro de El Salvador son muy reactivos. O nos dejamos llevar por el primero que nos dice algo con tonos convincentes y oratoria más o menos rebuscada. Pero todos soñamos con un El Salvador mejor. ¿No hay manera de transmitir esos sueños y deseos a nuestros diputados?
Para transmitir hay que hablar, hay que manifestarse y sobre todo hay que tener opinión. Opinión concreta. Si queremos una sociedad sin violencia, tenemos que insistir en que se retiren las armas de la calle. Debemos exigir que nuestros jóvenes pasen más tiempo en la escuela. Insistir en que el Gobierno invierta más en desarrollo social, en ofertas de trabajo digno para los jóvenes. Bueno es reclamar que la democracia participativa aumente, como por ejemplo a través de la posibilidad de tener un sistema de referéndum nacional ante algunos problemas y temas. La UCA publicó recientemente un comunicado en contra de la militarización de la política de seguridad de El Salvador y a favor de una política de seguridad con mayor énfasis en la prevención y el desarrollo. Es una expresión concreta, que puede servirnos de ejemplo. Como sociedad civil y como personas individuales tenemos que hacer que se escuche nuestra voz en todos aquellos problemas que nos aquejan. A nuestro modo, con mayor o menos alcance, pero expresándonos. Presionar a nuestros diputados para que respondan a preguntas y planteamientos concretos es un modo básico de expresarse. Tendremos entonces, con seguridad, un para qué en nuestro voto. Porque solo hay finalidad en el voto cuando uno sabe y expresa lo que quiere para el bien común, para su país, para su sociedad. Es lo que, en definitiva, se llama votar con conciencia.