Cerramos el año pasado con violencia y abrimos el presente de la misma manera. La abundancia de homicidios ha marcado nuestras fiestas de tránsito al año nuevo. Mal presagio para un 2009 que se considera será de crisis económica y social, y que tiene de por medio, ya muy próximas, unas elecciones ubicadas en dos tiempos relativamente cercanos. Si el atentado contra la vida que es el homicidio se nos convierte en costumbre, también se convertirán en lo mismo la corrupción, el autoritarismo, la pobreza y los problemas, en general, que nos aquejan. Enfrentar los problemas es la única y mejor manera de comenzar un año. Enfrentar los problemas y diseñar el combate de los mismos. No con buenos deseos e intenciones únicamente, sino con acciones. Pues de buenas intenciones, como decía el antiguo refrán, está empedrado el camino al infierno.
La violencia no es el único problema que nos aqueja, pero es tal vez el más simbólico de una situación en la que el flojo funcionamiento de la institucionalidad del Estado, unido a un injusto reparto de la riqueza, propicia lo que se suele llamar una injusticia estructural. Injusticia que es ya de por sí una realidad violenta. La violencia engendra violencia, y la violencia estructural impulsa muchas veces hacia la violencia personal y social. La pobreza, cuando aumenta, y se contrasta además con el derroche de otros, incita a la violencia. La falta de institucionalidad, entendida en sentido amplio, deja al ciudadano al cuidado de sí mismo. Y lo lleva muchas veces a creer que, ante el mal funcionamiento de las instituciones, puede buscar la justicia por sí mismo, el bienestar o simplemente el salirse con la suya a como dé lugar y sin ningún tipo de respeto a las leyes.
Un año nuevo implica concentrarse en la eliminación de los males más simbólicos de nuestro país. La violencia, la pobreza y la débil institucionalidad son los tres pies cancerosos y malignos de este Estado nuestro deficiente y poco protector de la persona humana, en todas sus dimensiones y derechos. La politiquería, la búsqueda egoísta de los fines exclusivos y parciales de los partidos, y las negociaciones realizadas desde ese egoísmo partidario dañan severamente la institucionalidad. La pobreza se cierne como una amenaza creciente para el país. Vivimos tiempos de crisis internacional, que ya han hecho crecer la pobreza en El Salvador a lo largo de los años 2007 y 2008. Ese proceso debe frenarse de alguna manera, potenciando tanto el trabajo como la inversión productiva. Es la mejor manera de vencer la violencia y la pobreza.
En 2008, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo proponía que ante la situación del empleo se impulsara un Pacto Nacional de Empleo y Cohesión Social. El Pacto estaba desarrollado, proponía ideas, medidas concretas, pasos hacia algo que es necesario en el país: ponernos todos de acuerdo en mejorar el empleo y la productividad. A pesar de la calidad y concreción del documento, ni la empresa privada en el ENADE ni los partidos políticos en estas campañas de baja calidad a las que nos tienen acostumbrados recogieron la idea del Pacto. Éste debía haberse hecho antes de las elecciones, aunque también se puede impulsar después de las mismas. Pero ni se hacen promesas al respecto ni se habla de un Gobierno que inicie un diálogo nacional sobre los contenidos que debe tener un verdadero pacto de desarrollo.
Arena ya ha demostrado que no puede en solitario lograr el desarrollo del país. El FMLN tampoco lo puede hacer solo. La empresa privada en solitario, menos. Los sindicatos y la sociedad civil tienen poca capacidad de presión. ¿No es tiempo de que pensemos seriamente en buscar el esfuerzo de todos? Ojalá 2009 nos lleve a ese pacto común de desarrollo. Que ciertamente tendrá que impulsarse después de las elecciones, porque de momento la basura propagandística-electoral no nos deja ver el difícil horizonte que el país tiene por delante.