En el marco de su Encuentro Nacional de la Empresa Privada (Enade), la ANEP publicó su informe anual. Como en todo informe, hay aspectos positivos, omisiones, errores y alguna que otra afirmación irrelevante. Además, propio de esta empresa privada con mala conciencia, abunda la autopromoción. No se respeta la sentencia evangélica que dicta: “Cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu mano derecha”. Por el contrario, aquí hay un interés bastante grande de que la izquierda se entere de lo que hace la derecha.
Pero lo que resulta preocupante es el pensamiento de fondo. En el documento se ven obligados a hacer una defensa de lo que llaman “sistema capitalista”. Y en el proceso muestran lo atrasado de su pensamiento. Después de una breve referencia a Adam Smith, uno de los padres del pensamiento económico moderno, se afirma textualmente que la “solidaridad no debe ser exigida por el Estado”. Esa frase es escandalosa, porque garantizar la solidaridad entre los ciudadanos es una de las tareas fundamentales del Estado. Y ciertamente inhabilitaría a cualquiera de los que firmaran este documento para ser candidatos a cargos públicos, pues la Constitución salvadoreña, entre otras obligaciones y responsabilidades del Estado, menciona la justicia social. Ese tipo de afirmación nos demuestra que los redactores del documento del Enade o bien ignoran algo tan básico como que la justicia social exige por definición la solidaridad, o bien desconocen la Constitución salvadoreña.
Este pensamiento se repite peligrosamente cuando el documento habla del Estado ineficiente. Se consigna que una buena parte de los latinoamericanos “se creen con el derecho a recibir gratis de parte del Gobierno bienes y servicios para subsistir y hasta para enriquecerse”. La idea no es muy científica, pues la inmensa mayoría de los latinoamericanos viven de su trabajo. Y los únicos que se enriquecen a costa del Estado son algunos políticos, no todos. Y en El Salvador algunos de esos políticos son o han sido miembros de la ANEP, en ocasiones incluso fundadores. Hablar de esa manera de los pobres es una falta de respeto hacia ellos, muy cercana al racismo. Un racismo que hoy adquiere rostros monetarios más que de color de la piel, pero que sabe establecer diferencias respecto a ciertas apariencias.
El lloriqueo de los ricos no está ausente de esta especie de reflexión ideológica del Enade. La queja de que los líderes populistas siguen queriendo quitarle el dinero “a los ricos para dárselo a los pobres” es bastante ridícula en un país y en un subcontinente en el que la desigualdad sigue siendo el mayor escándalo y el mayor freno al desarrollo. Pedir responsabilidad a los ricos que evaden o adeudan impuestos a Hacienda, insistir en que colaboren con el bienestar de la nación pagando impuestos más altos no es ser populista. Pero para personas que creen que la justicia social es de origen comunista, el populismo es el nuevo sonsonete para no escuchar las demandas de la gente.
Por otra parte, para alabar al liberalismo, los pretendidos intelectuales de la ANEP tienen el descaro de citar a Rawls, un pensador liberal de alto contenido social, como si ellos fueran del mismo grupo que este profesor universitario o pensaran como él. Ojalá lo leyeran, para darse cuenta de que la escala del salario mínimo vigente en nuestro país no tiene nada que ver con la idea de justicia mínima de este excelente pensador estadounidense. Pero tal vez es demasiado pedir, especialmente a gente que vive en burbujas de bienestar lo suficientemente aisladas de la realidad circundante como para que no se escuchen los gemidos de los pobres.
Y no es que todo esté mal en el documento del Enade. Hay cosas aprovechables. Pero no tocar el tema de la desigualdad sangrante de nuestro pueblo, cuando se habla de la violencia, debilita enormemente todo lo que se dice. Hay causas estructurales de la violencia que son también violentas, y en las que alguna responsabilidad ha tenido y tiene esa gremial de la empresa privada que quiere tener tanta impronta en el país. La falta de conciencia al respecto está especialmente presente en ese liberalismo trasnochado que confunde la solidaridad con la exhibición de cierto tipo de altruismo y que se niega a organizarla socialmente como un derecho fundamental.