Estampas electorales

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En general, las campañas electorales son reflejo de la cultura política de un país; reflejan, sobre todo, la cultura de los institutos políticos que participan, pero también la de la población a la que estos pretenden convencer con sus mensajes. Y en El Salvador estamos acostumbrados a campañas vacías de contenido, centradas en el marketing de la imagen y más preocupadas por la descalificación del adversario que por presentar propuestas. La actual campaña es una nueva muestra de ello. En lo que llevamos visto, ya es posible enumerar pleitos callejeros que han dejado activistas heridos, intercambio de acusaciones e insultos a través de los medios de comunicación, y hasta demandas interpuestas ante tribunales de justicia. Las grandes ausentes siguen siendo las propuestas serias sobre qué se pretende realizar y sus correspondientes cómo, cuándo y con qué recursos.

Además, las campañas proselitistas tienen otra característica que las hace especiales: nos dejan estampas que solo se dibujan en tiempos electorales. Por ejemplo, gracias a que por la sentencia de la Sala de lo Constitucional hoy se puede votar también por personas, las fotografías de los candidatos tapizan calles, avenidas y parques. Ahora se ven amplias sonrisas en los rostros de muchos políticos que a lo largo del año se presentan serios y distantes. Y cambian también sus actitudes: no pocos regalan efusivos abrazos a las señoras de los mercados y prolongados apretones de mano a la gente de los barrios pobres. Algunos hasta se atreven a regalar besos, sobre todo cuando hay un lente dispuesto a captar el momento y hacerlo parte de la propaganda. Y esto es digno de crítica atención, porque muy rara vez se ve a un político comprando en un mercado o circulando por barrios pobres si no es tiempo de campaña. La gente debe ubicar quién se hace popular solo cuando necesita el voto y se olvida luego de los electores que lo llevaron al poder.

Otra estampa propia de los tiempos electorales es el tipo de promesas que hacen los candidatos. Con tal de granjearse la simpatía de los votantes, hacen promesas imposibles de cumplir no solo por lo desmedido de los ofrecimientos, sino también porque no se corresponden con el puesto al que aspiran llegar. En esta línea, hay que ubicar a los candidatos que ofrecen crear fuentes de trabajo o bajar el costo de la vida, pues es obvio que desde una alcaldía o la Asamblea Legislativa no se puede garantizar el cumplimiento de esas promesas. Esas ofertas, pues, no pasan de ser pura demagogia.

Por ello, si los cambios esperados no vienen de los partidos y de los políticos de oficio, entonces deben originarse desde los votantes. Como ya se sabe, en las elecciones del 11 de marzo los ciudadanos podrán decidir directamente quién los representará en la próxima legislatura. Si la gente hace uso de esta oportunidad y manda un mensaje contundente a la clase política, quizás en las próximas campañas las estampas sean otras.

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