La oficina de la ONU para defensa de la igualdad de género, ONU Mujeres, ha publicado un preocupante informe sobre la situación de la mujer en América Latina y el Caribe. El documento advierte que Honduras, El Salvador y Guatemala están entre los países con las tasas de feminicidios más elevadas de América. Tasas que han ido creciendo en los últimos años a pesar de la tipificación del feminicidio como delito especialmente grave y el endurecimiento de las penas para los victimarios. Por su parte, la Organización de Mujeres Salvadoreñas por la Paz (Ormusa) informa desde su observatorio que en los primeros cinco meses de este año se han cometido 162 asesinatos de mujeres; 45 de ellos en San Salvador. El 65% de las asesinadas tenían entre 10 y 39 años de edad; es decir, jóvenes en su mayoría. Pero estos datos no parecen importarles a los jueces, que con frecuencia cambian la tipificación de feminicidio que presenta la Fiscalía por la de homicidio común. De hecho, según Isdemu, solo el 19% de los asesinatos de mujeres son catalogados como feminicidios, en buena parte por el machismo imperante en el sistema judicial. Lo cierto es que el modo de tratar a las mujeres antes de asesinarlas no deja duda de que se trata de feminicidios.
Ante esta situación, que viene repitiéndose desde hace varios años, es necesario replantearse con más seriedad nuestra cultura machista. El respeto a la mujer y a su igual dignidad no se manifiestan diciendo cosas bonitas el Día de la Madre o de San Valentín. Mucho menos en los concursos de belleza. Hay que trabajar, por una parte, el tema de la masculinidad. Hacer depender lo masculino del dominio de la mujer no solo es absurdo y erróneo, sino irracional. Y además es precursor de violencia. Por otra parte, es urgente proteger la participación de la mujer en las instituciones y en la vida productiva. La incorporación al mundo del desarrollo pasa necesariamente por la inclusión de la mujer en la vida laboral y educativa en niveles de igualdad con los hombres. Todo signo de supeditación de la mujer debe ser desterrado de la convivencia. La utilización de textos bíblicos para poner a la mujer en situación de inferioridad frente al hombre no solo implica un desconocimiento del pensamiento y actuación de Jesús de Nazaret, sino una tremenda ignorancia sobre cómo interpretar las influencias culturales e históricas de la Biblia.
Cuando hablamos de acuerdos nacionales, pactos de nación, proyectos nacionales de realización común, nos abocamos a temas económicos, fiscales y sociales, dejando casi siempre de lado la necesidad de una auténtica transformación cultural que rompa con las lacras del machismo y de ciertas formas de racismo. Porque la discriminación proveniente del estatus económico o de la realidad de género establece de hecho unos tipos de marginación muy semejantes a la segregación racial. Hablar de nueva cultura es buscar caminos educativos para que en las escuelas se recalque insistentemente en la igual dignidad de la persona y utilizar los medios de comunicación para frenar toda discriminación y todo mecanismo de humillación a los pobres, los jóvenes y cualquier sector en situación de inferioridad o de vulnerabilidad legal o social. Al respecto, hay esfuerzos meritorios de Iglesias, ONG y otros grupos. Pero la cultura de la igual dignidad de la persona no ha permeado aún en las estructuras de peso de El Salvador. Las leyes hablan de esta cultura, pero la sociedad continúa con el esquema mental que cataloga a las personas como superiores o inferiores según su nivel económico, cultura o sexo.
El asesinato es siempre signo de la cultura de la brutalidad, y el feminicidio en particular es un indicador de primera categoría de ella. Porque en el feminicidio se combinan los sentimientos de superioridad machista y animal con la posesividad egoísta, la cosificación de la persona y la ley del más fuerte. Sea quien sea el que lo comete, muestra un grado de brutalidad y de atraso cultural que debería estremecernos a todos. Y por lo mismo, llevarnos a multiplicar los esfuerzos, tanto estatales como sociales y privados, por impulsar una cultura humanista y religiosa fundada en la hermandad universal, en la solidaridad, la superación de los conflictos a través del diálogo y el respeto a la igual dignidad de la persona. El elevado y sostenido índice de feminicidios es una realidad degradante para El Salvador y su gente. Por eso hay que poner un verdadero empeño en combatirlo.