Porque él hizo lo necesario y porque el FMLN también lo quería, se formalizó la expulsión de Nayib Bukele. Las secuelas de esta anunciada separación han comenzado a sentirse. La expulsión lo deja fuera de la contienda municipal de marzo de 2018, pero no lo inhibe de participar en la elección presidencial de febrero de 2019, que siempre ha sido uno de sus objetivos. ¿Buscará una plataforma para lanzarse?, ¿creará una propia? o ¿pondrá fin a su carrera política? Por lo visto hasta hoy, la primera y la tercera opción son poco probables, a menos que Bukele recibiera un golpe de realidad que lo hiciera descartar o posponer su sueño presidencial. Al parecer, es la segunda alternativa la que está valorando. En consonancia, algunos ya se comenzaron a manifestar en apoyo al alcalde. Desde Estados Unidos, un grupo de empresarios salvadoreños han asegurado su respaldo a Bukele para que luche contra lo que llaman la “dictadura partidaria” de Arena y el FMLN, a cuyos Gobiernos califican de “pesadilla”.
Así, Bukele se estaría sumando a la competencia que ya corren Carlos Calleja y Javier Simán, con quienes compartiría, además de la aspiración presidencial, la extracción de clase y el perfil empresarial. Pero más de fondo, Bukele también daría continuidad al mal endémico de centrar la atención en la persona más que en programas y proyectos de gobierno. El régimen presidencialista de El Salvador es en parte responsable de este problema. Para muestra, cuando hay un impase entre las fracciones legislativas sobre un asunto de peso, la cuestión se resuelve o se busca resolver en Casa Presidencial. Ahí se negociaron, por ejemplo, las magistraturas de la Sala de lo Constitucional y ahí se acuerdan reformas fiscales.
A la Asamblea Legislativa se le llama también Parlamento porque es o debería ser lugar de diálogo, de discusión, de debate para llegar a acuerdos. Pero en nuestro país la figura presidencial ha sido decisoria en casi todos los ámbitos de la vida nacional. Es hasta hace muy poco que los otros dos poderes del Estado han cobrado un mínimo de independencia y autonomía. Esto explica también por qué se habla de las elecciones de 2018 pensando en las de 2019 y por qué aparecen tanto en los medios de comunicación los precandidatos presidenciales de Arena, y poco o nada aspirantes a alcalde o diputado.
En lo que llevan de campaña, la cobertura mediática de Calleja y Simán se ha centrado en ellos, en sus supuestas cualidades morales. Es un misterio si hay diferencias entre ambos en lo que a planes de país respecta. En esta misma línea podría inscribirse Nayib Bukele. Hasta ahora, el alcalde parece andar en busca de una plataforma para su candidatura, no para un proyecto. Y los que le expresan apoyo apuntan a él, no a ideas o planes. El Salvador, su gente, necesita valorar visiones de futuro, programas de gobierno, políticas a implementar para resolver los principales problemas nacionales. Pero, por lo que se ve, seguirá primando el baile de figurantes.