Fracaso nacional

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Editorial UCA
09/09/2015

Desde las tragedias clásicas, el respeto a los muertos ha sido tema de debate. Antígona, en la célebre tragedia griega, decide enterrar a su hermano contra la orden real de dejarlo pudrirse al aire, expuesto al hambre de los perros. Así, enfrenta la cólera y la sentencia a muerte de su tío, el rey Creonte, por cumplir un deber fraterno de humanidad que siente en conciencia como prioritario sobre cualquier decisión legal de la autoridad establecida. Entre nosotros, en el clima de violencia y utilización política de la misma, incluso el tema de los muertos se convierte en vergonzoso objeto de debate. Hace poco, un funcionario del Gobierno criticaba a Arena porque un supuesto pandillero fue velado en una sede del partido, como si velar muertos o rezar por ellos fuera sospechoso o malvado. Por si esto fuera poco, la aclaración pública de que la mayor parte de los asesinados en El Salvador son miembros de maras ha generado una insufrible verborrea, en la que se insinúa que eso no es tan malo. Una aclaración absurda y una insinuación maligna frente a la utilización política, también maligna, que la derecha hace de tanta muerte. Sabemos de sobra que las pandillas matan, y debemos decirles que en El Salvador no queremos muerte. Pero tenemos que decírselo no solo con la ley en la mano, sino también ofreciendo trabajo con salario digno, bachillerato universalizado, oportunidad de desarrollo de las capacidades de cada uno.

Con diferentes matices, la mayoría de los políticos ha expresado una especie de alivio al hablar sobre el supuesto de que el 85% de las víctimas de homicidios son pandilleros. Los más cuidadosos dicen que lo sienten, que no se alegran con esos asesinatos, pero que no es tan negativo que mueran delincuentes. En un país como el nuestro, despreocuparse por los asesinatos que se cometen es intolerable. Y más cuando es diputado o funcionario el que se despreocupa o el que, de un modo disimulado, hace distinciones alegres entre unos muertos y otros. El índice de muertes violentas que sufrimos en El Salvador es siempre un fracaso de todos. Y sobre todo de los liderazgos. Por lo mismo, no tiene sentido hacer diferencias entre los muertos. Muchos de los asesinados han sido excluidos de ambientes familiares cohesionados y emocionalmente constructivos. El sistema educativo los ha rechazado. Han sido condenados a un trabajo con salarios miserables y sin seguridad social. No han disfrutado de otra solidaridad que la de la calle. Que mueran jóvenes y asesinados es un fracaso del país, de todos nosotros. Y es por supuesto un fracaso de los políticos, tanto de izquierda como de derecha, que desde posiciones de privilegio se dan el lujo de distinguir entre muertos.

Distinguir entre muertos ha sido siempre tradición de regímenes autoritarios o de países en guerra. Hace poco recordábamos un aniversario más del bombardeo atómico contra Hiroshima y Nagasaki. Ese hecho atroz pudo ser perpetrado por una única razón: no se valoraba a los muertos del enemigo, aunque fueran mujeres, niños y personas no comprometidas en la acción militar. Durante nuestra guerra civil, a un buen porcentaje de militares no les importaba gran cosa que murieran asesinados los que ellos consideraban izquierdistas o, en la jerga castrense, “DT”, delincuentes terroristas. Tampoco les importaba a los del otro bando la muerte de los derechistas. El autoritarismo era una plaga tanto en un bando como en el otro, y ahí está ese ingente número de muertos repartido entre derecha e izquierda en una proporción de nueve a uno. Y el hecho de que la izquierda haya asesinado en El Salvador mucha menos gente que la derecha no la exime de responsabilidad. Reconocer el valor de toda persona humana, incluidos quienes cometen delitos, es necesario. Repetir un discurso con esquemas autoritarios de sabor antiguo siempre es peligroso. Nuestro país se está desangrando y la sangría afecta especialmente a los jóvenes. Basta revisar las edades de los muertos para que quede claro que se está sembrando la semilla de la violencia en las nuevas generaciones. ¿O es que pensamos que los asesinatos no dejan huella amarga en las conciencias ni crean violencia?

Si la cultura de paz de la que nos hablan Iglesias e instituciones internacionales comprometidas con el humanismo pone como primer punto el amor y la protección de la vida, algo falla entre nosotros, al menos y con seguridad desde que se lleva cuenta de los homicidios, hace más de seis décadas. Porque en todos estos años, más de medio siglo, hemos estado en situación de epidemia de homicidios ininterrumpida. Analizar las causas sociales y culturales de esta triste realidad y poner los medios para una nueva cultura pacífica, instruida y trabajadora, y realizar un nuevo pacto social desde esa cultura es más importante que las interesadas y perversas distinciones entre muertos buenos y muertos malos. Que mueran violentamente nuestros jóvenes de un modo tan masivo, sean buenos o malos, será siempre una muestra clara de fracaso nacional. Y por supuesto, un fracaso de los liderazgos políticos, económicos, culturales y sociales.

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Anónimo
09/09/2015
19:11 pm
En resumen, retomar las palabras del P. Ellacurìa:\" nadie tiene derecho a lo superfluo, si la mayoria no tiene lo necesario\".
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Anónimo
09/09/2015
10:17 am
Sabias palabras. Precisamente muchos de los huérfanos de la guerra (no todos por supuesto) nos están pasando ahora la factura como pandilleros y criminales. Y nuestros corruptos e incompetentes políticos quieren ideologizarnos con pensamientos muy cortos de inteligencia, humanismo y de sentido común. Pero eso sí! en los tabernáculos, catedrales, iglesias y centros de culto cristiano ponen cara de santos misericordiosos y de \"yo no fui\" (para la foto). Cuando resulta obvio que muchos de ellos tienen historial de impunidad, corrupción y acciones con nula inspiración cristiana. Hipócritas! ¿Por qué se oponen con tanta \"indignación\" a la creación de una entidad similar a la CICIG? Y bien saben que serán nuestros hijos, nietos, biznietos y 5 generaciones más, como mínimo, a las que muchos de estos pobres niños huérfanos de hoy (hijos de ciudadanos asesinados, ya sea honestos, o bien delincuentes) pasarán una nueva factura de violencia y muerte! Pobrecito El Salvado
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Anónimo
09/09/2015
09:41 am
Y lo mas triste es q si no se toman en serio las fomas para solucionar esta violencia, seguirá creciendo, que clase de gobierno será el que tome cartas en el asunto? que ideología debera implementar? ya vimos que las q nos han gobernado y la que nos gobierna, no apuntan en esa dirección y entonces como ? quienes? cuando?, urgen medidas de FONDO, soluciones para que sus efectos se perciban a corto y largo plazo, quiza deberíamos fundar una comunidad política, léase bien \"comunidad!\" política, cuya tarea sea principalmente, despertar a nuestro país para que exigamos lo mínimo que necesitamos para vivir en justicia social: salarios dignos, no corrupción privada y pca, educación de calidad, oportunidades de desarrollo, salud y vivienda digna, sera utopía pero la sostengo en la esperanza que nunca muere.
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