El 19 de diciembre de 2017, el reconocido centro de investigación sociopolítica Pew Research Center informó que en Estados Unidos el 60% de la población piensa que la elección de Donald Trump y su gestión como presidente han conducido a un empeoramiento de las relaciones raciales en el país del Norte. Si se repitiera hoy la encuesta, seguro el resultado sería mucho peor. Sin duda, la cerrazón a resolver humanamente el problema de los migrantes, la insistencia en el muro, el fin de los TPS dados a ciudadanos de países en vías de desarrollo, sus expresiones vulgares y brutalmente racistas han aumentado la visión crítica que sobre Trump tiene la ciudadanía estadounidense. No es él una persona de concertación, sino que genera división y tensión, odios e insultos.
Para los salvadoreños, Trump es noticia permanente desde hace días. Comenzó con la supresión del TPS que beneficiaba a casi 200 mil de nuestros compatriotas. Y cuando algunos politiqueros sin escrúpulos comenzaron a acusar al FMLN de ser culpable de la pérdida del estatuto, el propio Trump les calló la boca con esa frase que ha dado la vuelta al mundo y que no vale la pena repetir. Este presidente insultó groseramente a ciudadanos de El Salvador, Haití y África. El vocero del Alto Comisionado de los Derechos Humanos de la ONU calificó de racista el insulto. La condena frente a esa frase ha sido generalizada. Y es que, aunque es la más brutal, no es la primera manifestación racista y xenófoba de Trump. Y las reacciones ante ella son naturales, porque el desprecio a seres humanos, el insulto a países empobrecidos, el desconocimiento de los aportes en trabajo, fidelidad a las normas y esfuerzos de integración de la mayoría de los migrantes no son coherentes con la responsabilidad que tienen los gobernantes de países desarrollados. Frases como la de Trump reflejan únicamente el subdesarrollo moral de quien las pronuncia
Frente a este tipo de insultos se alza la voz de quienes consideran constructores de paz a los migrantes. En su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, el papa Francisco urge a acoger, proteger, promover e integrar a los migrantes. Son víctimas de guerras o pobreza, con voluntad de salir adelante, afán de reunirse con sus parientes y deseos de mayores perspectivas de educación o salud. Merecen todo nuestro apoyo. Y al contrario, dice claramente el papa, “los que fomentan el miedo hacia los migrantes, en ocasiones con fines políticos, en lugar de construir la paz siembran violencia, discriminación racial y xenofobia, que son fuente de gran preocupación para todos aquellos que se toman en serio la protección de cada ser humano”.
En El Salvador, tenemos una doble tarea. Por un lado, continuar apoyando a nuestros migrantes. Pero no con insultos a Trump, aunque se los merezca, sino insistiendo en el derecho a la residencia permanente en Estados Unidos de quienes gozaban del TPS. Lograr amigos al respecto, insistir de todas las formas posibles en ese derecho a la residencia permanente, que es sin lugar a dudas un derecho natural protegido por la razón, la moral y la religión, debe ser ahora la primera prioridad. Y por otro lado, debemos construir un país donde desaparezcan el miedo, la pobreza y la violencia. Un país capaz de solidarizarse con Haití, con Sudán, con África, con todos los países de la tierra que sufren la explotación, el menosprecio y la humillación de los poderosos y de los fuertes.