Una vez más celebramos la independización de Centroamérica de la corona española, hace 194 años. En estas fechas, la palabra “patria” se pone de moda y la frase “hacer patria” se repite hasta el cansancio sin que sea del todo claro qué se pretende decir con ella. Usualmente, “patria” hace referencia al sitio de nacimiento, aunque, en un sentido más amplio, también al lugar al que una persona se siente atada por vínculos afectivos, culturales o históricos. “Patria”, entonces, significa la tierra a la que las personas se sienten relacionadas. Sin embargo, en el caso de “hacer patria”, no hay un único significado. Antes y durante la guerra civil, para los escuadrones de la muerte, “hacer patria” era matar sacerdotes. Los que asesinaron a Rutilio Grande y a sus dos acompañantes camino a El Paisnal, los asesinos de monseñor Romero, los que dieron caza a sacerdotes, religiosas y catequistas sentían y decían que hacían patria. Todavía en estos tiempos, “patria” tiene una connotación ideológica en oposición al comunismo. Y lamentablemente, no pocos salvadoreños están convencidos hoy en día de que se hace patria cuando se asesina a los jóvenes pandilleros.
Un buen ejemplo de hacer patria lo encontramos en los y las migrantes. De hecho, muchos compatriotas entienden mejor la patria hasta que están lejos de ella, sobre todo cuando se han tenido que marchar por obligación, que es el caso de la mayoría. El patriotismo es ese sentimiento que aflora a la distancia al escuchar o entonar el himno nacional, y que hace brotar lágrimas al recordar a los seres queridos que han quedado lejos. Los migrantes, irónicamente, hacen más patria que muchos de los que nos quedamos, pues mantienen a flote la economía de un país que les negó la oportunidad de ganarse la vida dignamente. Por eso, es un acierto conmemorar el día de los migrantes el mismo mes que se dedica a la patria. Como ellos, hacer patria no es cerrar los ojos a los males de nuestra realidad, sino amar a El Salvador a pesar de sus problemas. Hacer patria es trabajar con tesón sabiendo que el fruto de nuestra labor beneficiará a otras personas. Reconocer en cada paisano a un hermano, y brindarle la ayuda que necesita. Orar cada día por tener un país en paz y actuar en consecuencia. Como hacen nuestros compatriotas en el extranjero, a la patria, más que pedirle, se le da. Todos, cada uno de acuerdo a su capacidad y condición, debiéramos aportar a El Salvador.
Hacer patria va más allá de saludar a nuestra bandera y hacerla ondear en la vivienda o el vehículo. A la patria no se le ama de verdad si viviendo en ella no se le dedican los mejores talentos, capacidades y haberes. Por eso, no tener una política fiscal progresiva, que haga que aporten más los que más tienen, es fallarle a la patria. En estos tiempos, hacer patria puede ser tan sencillo como reconocer que debemos proteger los bosques, recuperar los ríos, respetar la vida natural del hogar que nos cobija a todos, el territorio salvadoreño. Reconocer que todos tenemos la misma dignidad y el mismo derecho a un trabajo digno, a educación y salud de calidad, a gozar de recreación y sano ocio. Amar a El Salvador es no ser indiferentes a la muerte de tantos de los nuestros, es contribuir a la pacificación y al desarrollo social.
Hacer patria es cultivar y transmitir valores como la solidaridad, la honestidad y el amor al prójimo. Amar a El Salvador es pensar primero en el bien de todos, especialmente de los más necesitados, antes que en el bienestar particular y de grupo. Hacer a un lado los intereses partidarios y pensar en salidas viables para la crisis que vive nuestro país. Exigirles a las autoridades y a los políticos seguridad, justicia, respeto a los derechos humanos, legalidad, funcionamiento de la institucionalidad. Hacer patria es permanecer inconformes con la situación de violencia, de confrontación y de desigualdad que prevalece. En fin, amar a El Salvador es reconocer que la patria se refleja en la esperanza de los que más sufren, en el futuro de la niñez, en el luto y dolor de tanta familia. Es reconocer que la patria se pinta en los rostros de los miles de migrantes que desde lejos la añoran y la mantienen a flote.