Todos nos quejamos de la crisis económica que atraviesa el país, pero difícilmente podemos comprender las dimensiones del drama de hambruna que viven nuestros hermanos y hermanas en Somalia, en el continente africano. Cada día, el hambre y la sequía que sacuden al Cuerno de África cobran nuevas vidas. Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), desde enero pasado más de 135 mil somalíes han huido de su país para asentarse en campamentos en Kenia; más de 100 mil están en la capital de Somalia, Mogadiscio; y cada día cientos de personas llegan a Etiopía en búsqueda desesperada de alimento. El gran problema es que no hay comida para repartir. El Programa Mundial de Alimentos anunció el 27 de julio el inicio de un puente aéreo para suministrar provisiones, pero el esfuerzo es insuficiente. La ONU ha convocado de emergencia a la comunidad internacional para sumar esfuerzos y garantizar alimentos básicos a estos hermanos y hermanas. La situación es tan dramática que la ONU calcula que solo en Somalia una tercera parte de la población podría morir de hambre, lo que equivale más o menos a la mitad de los salvadoreños.
Sí, los somalíes están muriendo de hambre no por problemas relacionados con la mala alimentación, sino por no comer nada. Esta situación debería ser una bofetada para la sociedad mundial. Quien no sienta por lo menos indignación ante esta cruel realidad muy poco le interesará saber que esta tragedia podría evitarse si fuésemos de verdad solidarios y justos. Mientras una tercera parte de la población de Somalia podría morir por la falta total de alimentos, el 60% de los estadounidenses están excedidos de peso, de acuerdo al Departamento de Salud del país norteamericano. Se estima que un 34% de los adultos y un 17% de los niños son obesos. Así, la obesidad en Estados Unidos se ha convertido en un factor de alto riesgo para la salud y ocasiona gastos anuales de más de 150 mil millones de dólares por enfermedades relacionadas con el sobrepeso. Padecimientos físicos efectos de la obesidad mataron a 400 mil estadounidenses en 2010. Es decir, en Somalia se muere la gente por no comer y en Estados Unidos —como en otros países desarrollados del mundo— muere por comer demasiado.
Mientras el drama que se vive en esa parte de África obedece a no tener alimentos para repartir, la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO) revela que en México se desperdicia el 20% de los alimentos, sobre todo cereales y frutas; en Brasil, cerca de un 64% de lo que se planta se pierde en los procesos de la cadena productiva. Pero las cifras son aún mayores en los países desarrollados. Un estudio para Gran Bretaña revela que cada año se desperdician más de cuatro millones de toneladas de alimentos, en su mayoría verduras, frutas, papas y pan. En Estados Unidos, según un estudio de la Universidad de Arizona, entre el 45% y el 50% de todos los alimentos cosechados anualmente se pierden antes de ser consumidos; y datos oficiales señalan que cada año 45 millones de toneladas de alimentos se pierden en alguna parte de la cadena de consumo. Así, mientras miles de personas mueren en África porque no tienen comida, en otras partes del mundo los alimentos se echan a la basura.
El drama humano de Somalia debería ser nuestro propio drama. No es excusa decir que por la crisis que vivimos no podemos hacer nada por personas como nosotros que no tienen comida. En nuestro país, aunque tenemos pobreza, esta no es comparable con la que se vive en África. Aquí pocos son tan extremadamente pobres como para no poder dar aunque sea 5 centavos. ¿Por qué no pasamos de lamentarnos a pensar urgente y creativamente, y hacemos algo para ayudar un poco?