Historia de violencia

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Editorial UCA
08/06/2015

Mucho se habla de la actual violencia en el país sin tener en cuenta nuestra propia historia. Son más de cinco siglos de violencia. La violencia con la que los españoles colonizaron estas tierras fue seguida por la que ejercieron las élites criollas a lo largo de los casi doscientos años como nación independiente. A la fuerza se expropiaron las tierras comunales para desarrollar las fincas de añil, caña, café y algodón, y a la fuerza se garantizaron los trabajadores para las mismas. Con violencia se resolvieron los conflictos entre las clases dominantes y los pueblos originarios, llegando casi a exterminarlos. Baste recordar dos etnocidios: el de 1833, en Los Nonualcos, contra los indígenas liderados por Anastasio Aquino; y el de 1932 contra los indígenas de Izalco, con José Feliciano Ama al frente. De forma violenta y brutal se reprimió a los movimientos de obreros y campesinos, de estudiantes y profesionales que reclamaban derechos humanos. Igualmente se actuó contra los que apoyaban a la guerrilla o simplemente simpatizaban con su causa. La violencia estuvo también presente en la lucha contra la dictadura y en la búsqueda de la democracia. Con mano dura se pretendió controlar a las pandillas cuando todavía eran grupos con poco potencial criminal.

La nuestra es una historia de violencia. Violencia política, ejercida fundamentalmente por el Estado contra los que exigían respeto a los derechos humanos, que demandaban libertades individuales y políticas, o condiciones de trabajo dignas; violencia en la lucha de liberación emprendida por los movimientos guerrilleros como único camino posible para conquistar derechos democráticos y cambiar de raíz el sistema. Se tenía la esperanza de que la violencia cesara con la firma de los Acuerdos de Paz, que en enero de 1992 supusieron el fin de la guerra y la apertura de una etapa de transición democrática de mayor respeto a los derechos civiles y políticos. Pero en los años siguientes, la violencia social se intensificó y marca a nuestro país hasta el día de hoy.

Pero además de la violencia activa, a lo largo de nuestra historia ha abundado la violencia pasiva. Su principal forma ha sido la discriminación y negación de oportunidades a grandes sectores sociales, con su contrapartida de grandes privilegios para las élites dominantes. Una violencia ejercida por los poderosos con el apoyo del Estado, al que han utilizado desde su creación para enriquecerse a costa del empobrecimiento de otros. Una violencia institucionalizada que es fruto de una situación de injusticia que le niega a grupos muy grandes de nuestra población el derecho a un empleo digno, a un ingreso adecuado para mantener a sus familias, a tener oportunidades de educación y salud de calidad. La violencia pasiva puede ser incluso más dañina que la activa; causa impotencia y frustración, genera sentimientos de minusvaloración y deseos de venganza, provoca respuestas violentas.

La violencia de hoy no ha caído del cielo, tiene su sustento principal en la profunda y lacerante desigualdad, en la opresión de unos sobre los otros, en el absoluto desprecio por los pobres, por sus vidas y las de sus hijos. Esta violencia es heredera de las violencias activas y pasivas del pasado. Una violencia que sigue creciendo, imparable, cada vez más alarmante en número de homicidios, provocando situaciones de mucho dolor y sufrimiento, principalmente entre los pobres. Está claro que en la raíz de la violencia están la injusticia, la pobreza y la desigualdad. Ya lo decía monseñor Romero en 1977: “Mientras haya madres que lloran la desaparición de sus hijos, mientras haya torturas en nuestros centros de seguridad, mientras haya abuso de sibaritas en la propiedad privada, mientras haya ese desorden espantoso, hermanos, no puede haber paz, y seguirán sucediendo los hechos de violencia y sangre. Con represión no se acaba nada. Es necesario hacerse racional y atender la voz de Dios, y organizar una sociedad más justa, más según el corazón de Dios. Todo lo demás son parches”.

Ni en El Salvador ni en ninguna otra parte se logrará superar el flagelo de la violencia si no se está dispuesto a organizar una sociedad fundamentada en la justicia. Y para ello es necesario acabar con la violencia pasiva que provoca escandalosa inequidad y renunciar a los privilegios particulares que van en contra del bien común. Sin justicia social, sin empleos decentes, sin salarios que permitan vivir con dignidad, sin escuelas de calidad, sin una salud pública efectiva y al alcance de todos, sin oportunidades de estudio y de trabajo para la juventud, la violencia no cesará. Recuérdese que la paz brota de la justicia, y esta exige transformaciones globales, audaces, urgentes y profundamente renovadoras, que El Salvador no ha querido hacer.

Si se quiere paz, hay que enfrentar el problema desde sus cimientos, reconociendo la desigualdad injusta y patente, el empobrecimiento creciente de algunos sectores, la inseguridad y la vulnerabilidad en la que viven casi la mitad de las familias salvadoreñas, y tener una verdadera voluntad de cambiar esta situación. La violencia no se combate con más violencia. Solamente podremos ponerle paro desde una conversión personal y social, comprometiéndonos a promover una cultura de paz, de profundo respeto, de igual dignidad y derechos para todos. La violencia solo se superará si la anulamos en las dinámicas de la sociedad y actuamos con justicia y paz.

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Anónimo
12/07/2018
06:57 am
Muy objetivo análisis de las causas de ls violencia, excelente artículo, ayuda a comprender la realidad de nuestro país.
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Anónimo
01/05/2018
13:29 pm
excelente infomacion!!!
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Anónimo
07/09/2017
11:25 am
la violencia es mala.
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Anónimo
09/06/2015
20:55 pm
Todo tipo de violencia, es producto del pecado del hombre desde sus orígenes, por eso Dios envió a su hijo único al mundo para transformar la historia y redimirnos de la condenación eterna. Aquí es importante recalcar, el papel de la iglesia y de las instituciones. Lo fundamental en la tarea de la evangelización en todas las esferas sociales, políticas y económicas, encaminadas a trabajar principalmente en la promoción del ser humano, imagen y semejanza de Dios. Es deber de la Iglesia y del magisterio, junto a todos los agentes de pastoral, darle vida a lo establecido en el Concilio Vaticano II, sobre la doctrina social de la iglesia y tomar un mayor protagonismo en la lucha por construir una sociedad mas justa y desde el evangelio contribuir en la construcción del Reino de Dios, que como dijo nuestro Pastor, profeta y mart. Beato Mons. Romero, \"Ya esta entre nosotros\" pero esto depende de nuestra buena voluntad. Felicidades por tan excelente editorial hermanos de la...
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Anónimo
09/06/2015
08:55 am
si vemos esto desde el punto de vista de la historia vemos que ha sido un problema que no lo quitaremos, de la noche a la mañana, así que ubicándonos en una posición neutra, podemos apreciar con mas claridad, que esta problemática, ha sido y seguira siendo, un factor por la que seguiremos luchando por cambiar, pero ya no culpando unos a otros, sino actuando unidos a los otros
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Anónimo
09/06/2015
08:55 am
Jesús lo dijo en cierto pasaje de la biblia, \"a los pobres siempre los tendréis con vosotros\" a estas alturas decir que el factor determinante de la violencia es la es la pobreza, este es un fenómeno que se ha venido cargando desde hace muuucho tiempo atras, las desigualdades han sido recurrentes, la lucha de clases, la lucha de poder, etc. en la época de la colonia no habían partidos políticos de izquierda ni de derecha, y ya habia desigualdades, ya había discriminacion, ya había represiones, expropiacion de tierras forzosas etc. por lo tanto creo que no es muy correcto decir que debido a los gobiernos de derecha se esta como esta en este pais, porque en eso hay mucha tela que cortar, actualmente estamos bajo el gobierno de izquierda y no se han visto cambios sustanciales, pero no es justo decir que no funciona, esto es un proceso, que no se cambiara en pocos años, es un trabajo de todos.
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Anónimo
09/06/2015
07:55 am
Y romper la impunidad quiere decir ir hasta las personas con poder. Así que no a la impunidad. otra causa de violencia.
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Anónimo
09/06/2015
07:55 am
Yo creo que siempre existió violencia, y fue muy alta, como lo dice la pagina: http://www.lapagina.com.sv/nacionales/100300/2014/10/20/Violencia-esta-convirtiendo-a-El-Salvador-en-un-pais-depresivo-y-paranoico
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Anónimo
09/06/2015
06:55 am
Sumado a lo que cita el editorial, que pasa con los crímenes que se han cometido a lo largo de la historia que han quedado en la impunidad?, como el caso de las masacres de civiles, de jesuitas, el asesinato de Monseñor Romero, las desapariciones forzadas, y asi tantos casos, el hecho de no llevar a los culpables a la justicia no ha favorecido la construcción de una sociedad sin violencia, todo lo contrario esas heridas que han querido cerrar a la fuerza, no se han sanado pues no ha habido justicia, como decía la investigadora Terry Karl : Hay dos tipos de heridos. Hay heridas con la infección por dentro, y si no se abren, la infección camina. Si en un país hay impunidad para un crimen como el de monseñor Romero, la habrá para el tráfico de drogas, para el tráfico de armas, para lo que está pasando en Guatemala, en México… No hay democracia sana sin estado de derecho, y no hay estado dederecho, y no hay estado de derecho si no se rompe la impunidad. Y romper la...
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Anónimo
08/06/2015
16:20 pm
Deberiamos de haber aprendido del pasado por lo visto no ha sido asi. Que lastima pues seguiremos igual. Ojala y pronto entendamos lo que en realidad es el problema.
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Anónimo
08/06/2015
15:54 pm
\"A la fuerza se expropiaron las tierras comunales para desarrollar las fincas de añil, caña, café y algodón\". Según la RAE expropiar significa: Privar a una persona de la titularidad de un bien o de un derecho, dándole a cambio una indemnización. Se efectúa por motivos de utilidad pública o interés social previstos en las leyes. Nada que ver con la realidad histórica que el editorial quiere ilustrar. Etnocidio no existe, al menos no está registrado por la RAE y llamar etnocidio a la represión estatal de 1832 y 1932 muestra poco conocimiento de los hechos. La rebelión de los nonualcos fue reprimida, pero no implicó matanza de indígenas. Diferente fue el caso de 1932. Esa fue una matanza ciertamente y mostró la brutalidad del Estado y las clases dominantes. El afán de denuncia no nos debe llevar a tergiversar la historia.
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