Instrucciones para autócratas

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Editorial UCA
19/05/2023

Gracias a su eficaz estrategia propagandística, no limitada al ámbito nacional, Nayib Bukele ha logrado trascender fronteras. Sobre todo países con serios problemas de violencia y criminalidad, como Honduras y Colombia, vuelven su mirada a El Salvador. Políticos de la ultraderecha de Colombia lo citan con nombre y apellido, y algunos hasta anuncian viajes para ver de cerca y “aprender” de lo hecho acá. Lo cierto es que el modelo implementado por Bukele no es muy complicado ni nuevo: sigue recetas ya aplicadas por gobiernos autoritarios del pasado, pero sumando el ingrediente de las nuevas tecnologías de la información, que imprimen gran velocidad a las noticias falsas y amplifican su impacto. Si se quiere tener el éxito de Bukele en materia de seguridad, basta seguir el manual de bolsillo de cualquier autócrata. No hay misterio.

Lo primero a garantizar es un buen respaldo social. Luego se decreta estado de excepción para hacer a un lado los derechos humanos y aplicar mano dura. Paralelamente, se compra o remueve a los fiscales y jueces retrógrados que quieran aplicar la ley y se guíen por principios democráticos, sustituyéndolos por empleados que no contradigan la voluntad del mandatario, que sean tan leales que llamen negro al blanco si él lo dice. Se mete a la cárcel a todos aquellos que no sirvan para los fines del oficialismo, pero no se toca a aquellos con los que alcancen pactos bajo la mesa. Más bien se les protege, así como a los funcionarios que negocien con ellos.

Cada acción del gabinete de seguridad debe estar acompañada de una estrategia mediática. Cada una, por pequeña que sea, a fin de que la gente crea y defienda que es necesario violar derechos humanos a cambio de tener tranquilidad. Complementariamente, se atiza el odio contra los criminales, despojándolos de su condición humana de modo que hasta el más cristiano aplauda que se les maltrate e incluso extermine. Como ventaja extra, el régimen de excepción permitirá meter en cintura a los que critiquen y adversen las medidas del régimen; bastará inventarles un caso y hacer planear sobre ellos la posibilidad de encarcelarlos. Además, se manipula la estadística oficial y se niega toda información. No se contabilizan como homicidios los hallazgos de osamentas en fosas clandestinas, ni los asesinados en centros penales, ni los muertos en los enfrentamientos con fuerzas del orden.

En el proceso, habrá gente inocente capturada. Pero ello servirá para sembrar miedo en el resto de la población, que preferirá guardar silencio por temor a ser encerrada en un infierno carcelario sin derecho a defensa ni a visita familiar. El estado de excepción se renovará in aeternum. Mientras la guerra contra los criminales siga en marcha, habrá mano libre para hacer lo que venga en gana, pues la gente estará prestando atención a los logros del Gobierno, no a sus vicios y miserias. Las seguras críticas de defensores de derechos humanos, tanto de dentro como fuera del país, se contestan acusando a sus autores de apoyar criminales y ser enemigos del pueblo. El gobernante debe demostrar y dejar claro que por el bien de su país está dispuesto a pelearse con todos. Si bien los Gobiernos democráticos lo verán con malos ojos, la gente de a pie aplaudirá.

En definitiva, si políticos de otros países vienen a observar cómo ha triunfado el oficialismo, no descubrirán nada diferente a lo que en otras épocas y regiones han hecho políticos autoritarios, a excepción de las redes sociales, que tienen el poder de hacer que una cabaña desvencijada se perciba como un castillo.

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