Aparecía hace poco en las noticias: los jóvenes salvadoreños varones son, entre toda la juventud de América Latina, los que tienen mayores posibilidades de morir asesinados. En efecto, entre nosotros mueren violentamente 92 jóvenes por cada cien mil de su mismo rango de edad. En algunas edades juveniles concretas se llega a porcentajes de hasta 120 jóvenes asesinados por cada cien mil de la misma edad.
Aunque las causas de la violencia juvenil son muchas y muy diferentes, casi nunca reflexionamos sobre una de ellas: el hambre. El número de hambrientos de América Latina ha aumentado en seis millones en los dos últimos años. En total, en América Latina y el Caribe tenemos a 51 millones de personas que pasan hambre. Algunas de ellas, ciertamente, están en nuestro país. Y el hambre ha sido siempre, históricamente, fuente de revoluciones, migraciones, rebeldías, actos de delincuencia o comportamientos antisociales.
No es la única, pero indudablemente es una causa más de violencia. A un joven que tiene capacidad de rebeldía, fuerza física, agilidad y deseo, no le gusta pasar hambre. Y le gusta menos ver pasar hambre a su madre, a sus hermanos pequeños o a sus hijos niños todavía. Cuando el hambre no se cura con el trabajo escaso o mal pagado, o cuando simplemente no hay trabajo y sí hay hambre, la tentación de la violencia no tarda en llegar. Y cuando se toma ese camino, la violencia es más brutal cuanta más hambre hay.
Los cristianos rezamos todos los días diciéndole a Dios que nos dé hoy nuestro pan de cada día. Y sin embargo, a pesar de repetir que el pan es nuestro, de todos, nos olvidamos con frecuencia de quienes tienen hambre. El hambre suele pasar inadvertida. A nadie se le pone en su tumba "murió de hambre", porque esa simple frase sería una vergüenza para toda la sociedad o el pueblo donde la persona hubiera muerto. Y porque la muerte de hambre es una especie de homicidio colectivo, en el que todos tenemos un poco de culpa.
No sabemos cuántas personas con hambre hay en El Salvador. Al Gobierno y a nuestras instituciones democráticas les avergüenza estudiar el asunto. Pero no tenemos duda de que son salvadoreños algunos de los 51 millones de latinoamericanos que no —o escasamente— tienen qué comer. Luchar contra el hambre también es una opción indispensable y básica en El Salvador, como lo debe ser en toda América Latina.
Y en estos tiempos de crisis, luchar contra el hambre es promover el trabajo y el salario decente. Las empresas grandes no pueden ser exitosas a largo plazo en sociedades fracasadas. Y las pequeñas empresas son un camino de desarrollo que hay que apoyar para muchos y muchas en nuestros países. La responsabilidad social corporativa y el emprendedurismo son dos elementos importantes en la lucha contra el hambre. Aunque ésta se puede paliar con solidaridad en el corto plazo, a largo plazo sólo el trabajo bien remunerado la elimina. Al hambre y a los males que genera.
Vivimos en tiempos duros. La crisis internacional ha hecho que aumente el número de pobres en El Salvador, y por lo mismo, el número de personas que pasan hambre. Y el hambre, en una sociedad de grandes diferencias como la nuestra, lleva siempre a una violencia feroz. Fomentar y proteger la actividad laboral, invertir en actividades que generen abundantes puestos de trabajo, es responsabilidad del Estado y de toda la sociedad salvadoreña. Los Gobiernos deben invertir más en obras de infraestructura que generen ingresos y posibilidades de trabajar a la gente. La gran empresa debe invertir en redes que generen creatividad y trabajo en las pequeñas empresas y en los emprendedores. Los salvadoreños nos debemos preocupar por el salario justo y por la responsabilidad social. El hambre debe ser erradicada de nuestras tierras. Vencer el hambre, que nadie muera de hambre en El Salvador, es un paso previo para vencer la violencia, el homicidio y la muerte de esos jóvenes de los que decimos que son el futuro. Futuro ante el que pasamos indiferentes. Despreocupados e indiferentes cuando la violencia o el hambre asesina al futuro de la patria.