El domingo recién pasado fue el Día Internacional de la Juventud, así declarado por las Naciones Unidas. En un país joven como el nuestro, la fecha pasó prácticamente desapercibida. Estamos invadidos y absorbidos tanto por los problemas de la vida cotidiana como por las permanentes y ya cansinas negociaciones entre políticos tras la desobediencia de la Asamblea Legislativa a la sentencia de la Sala de lo Constitucional sobre las elecciones de magistrados de la Corte Suprema de Justicia. Quienes no están interesados en la política y no tienen demasiadas preocupaciones centraron su atención en el final de las Olimpíadas, mientras el día dedicado a la juventud pasaba de largo.
Sin embargo, por las características de la sociedad salvadoreña, el tema es imprescindible. Nuestros jóvenes son los que más sufren la violencia, el desempleo, el subempleo, los bajos salarios, o el impulso a la emigración sin papeles, que no es otra cosa que una expulsión forzada del propio país. Nos pasamos repitiendo hipócritamente que los jóvenes son el futuro de la patria, pero no les preparamos una patria decente. Y todavía peor: ni siquiera se nos ocurre preguntarles qué clase de patria quieren.
En el informe de desarrollo humano del PNUD de 2010, se decía lo siguiente: "El estado de ánimo nacional necesita de un viraje drástico. La sucesión de fracasos económicos expresados en un lento crecimiento, la incapacidad de generar empleos decentes para la población en edad de trabajar, la imposibilidad de retener en el país a millares de jóvenes que han emigrado para realizar sus sueños personales y familiares, así como la inseguridad ciudadana que coloca al país entre los más peligrosos del mundo entero, están configurando la existencia de una crisis cultural".
Legar a nuestros jóvenes un país en crisis cultural es más grave que dejar al país en crisis económica. Porque de las crisis económicas se sale; las crisis culturales crean fenómenos de decadencia e insolidaridad de difícil solución. Es un hecho histórico que en las crisis culturales los que más se favorecen son aquellos carentes de moral y de escrúpulos, que con frecuencia son también los más violentos. Y nadie debería querer un futuro negativo para El Salvador.
Los estudios del PNUD hablan del bono demográfico. Nos dicen que hasta el año 2050 el grupo etario que más crecerá es el que está entre los 30 y los 64 años. En otras palabras, son los jóvenes de hoy los que ocuparán masiva y mayoritariamente la vida activa y laboral. Durante los próximos cuarenta años, en efecto, tendremos mucha más población en edad laboral que en el pasado. Si esto es un riesgo en un país con pocas y malas ofertas de trabajo, se convierte en una ventaja en uno donde el trabajo es abundante y se encamina hacia una mejor remuneración. La tarea y la responsabilidad de hoy es crear un país de trabajadores, con niveles educativos altos, con salarios decentes, con capacidad de análisis adecuado y preciso del futuro que queremos y de los pasos necesarios para alcanzarlo. Y en esa planificación de futuro deben entrar de lleno nuestros jóvenes: esa mayoritaria masa laboral que o encontrará trabajo decente en El Salvador del futuro próximo, o se moverá en un ambiente cada vez más tenso y negativo.
Pasó el Día Internacional de la Juventud, pero los jóvenes no pasan. Están ahí, con el deseo de colaborar por un país mejor. Muchos de ellos están colaborando ya con su trabajo, sus críticas y sus voluntariados. El informe de desarrollo humano del PNUD que hemos citado decía también lo siguiente: "Las crisis se dan cuando lo viejo se resiste a morir y lo nuevo no acaba de nacer. Esto podría estar ocurriendo en El Salvador". No escuchar a los jóvenes, no confiar en ellos, no abrirse a sus esperanzas, es contribuir al ahondamiento de la crisis crónica que nuestro país arrastra desde hace ya demasiados años. Y es traicionar a nuestros jóvenes, de quienes se habla siempre en futuro mientras los adultos nos aferramos a posiciones de privilegio, ingresos desiguales e injustos, seguridades burguesas conseguidas a base de dejar en la inseguridad a las mayorías populares.