La situación en los centros penitenciarios es insostenible. Una de las facetas más duras y perniciosas de la extrema sobrepoblación en las cárceles es el control que se aplica a las visitas de los internos. Por una parte, son frecuentes los cambios en las normas y exigencias que se aplica a los familiares; los parientes de los reclusos no saben a qué atenerse cada vez que visitan un penal. Además, durante el proceso de entrada a la cárcel, los familiares reciben un maltrato que no es propio de un país y un Gobierno que dicen ser democráticos y respetuosos de los derechos de sus ciudadanos.
Las familias de los reos merecen un trato humano y digno. No es posible que un oficial del Ejército le haga a la madre de un reo un comentario como este: "Si yo fuera el padre o la madre de uno de los que están ahí dentro, mejor quisiera que mi hijo estuviera enterrado". Es inhumano que otra madre que tiene un mes de no ver a su hijo, que ha viajado todo un día para llegar a la cárcel y que suplica que la dejen entrar dado que no alcanzó el tiempo para que pasaran todos los de la fila, tenga que escuchar de uno de los soldados esta pregunta: "¿Por qué se sacrifican tanto por estos hombres que no lo merecen?".
Para encontrarse con un recluso se requiere, primero, entregar el DUI el día anterior a la visita. Y hay que ir de madrugada, porque no se sabe a qué hora saldrá el soldado a recoger los documentos ni cuántos recibirá ese día. No son pocos los familiares que habiendo viajado desde el interior del país, con la esperanza y la ilusión de llevar ánimo a su pariente, no alcanzan a entregar el DUI porque el oficial de turno decidió adelantar la hora de recepción de los documentos.
Y la arbitrariedad no cesa allí: a una visita se le puede negar el acceso a la cárcel si al oficial encargado del registro le parece inadecuada o sospechosa la vestimenta que carga puesta. Así, el color del pantalón o unas sandalias "no transparentes" pueden convertirse en razón para quedarse fuera del penal. Por si esto fuera poco, las autoridades del centro penitenciario les suspenden el derecho a la siguiente visita a los familiares que no acatan la hora de salida. Sin embargo, no es posible entrar al penal con reloj y no siempre los custodios avisan de que ya es hora de finalizar la visita y retirarse. No hacer este aviso y aplicar el castigo a los que permanecen después de la hora establecida es un atentado más a los derechos de los familiares de las personas privadas de libertad.
Los encargados del sistema penitenciario aducen que estas formas de proceder obedecen a la sobrepoblación de los penales y a la necesidad de mayor seguridad. Pero queda difícil comprender en qué medida la violación de los derechos de las familias de los presos puede contribuir a la solución del hacinamiento en los penales, o qué relación puede tener la seguridad en las cárceles con ese tipo de comportamiento irracional, caprichoso y agresivo que exhibe parte de sus funcionarios.
Las familias no han violado las leyes ni han cometido delito alguno, y tienen derecho a un trato digno; un trato que de ningún modo va en contra de la seguridad. Basta con que las normas estén claras y se avise con antelación si van a ser cambiadas. Basta con que se organicen adecuadamente las visitas y se racionalice todo el proceso de ingreso al penal. Si ya se sabe que el tiempo no alcanza para someter a registro a todos los familiares que desean entrar, por qué no seccionar las visitas por orden alfabético y establecer qué apellidos podrán ser visitados cada semana del mes. Además, si los familiares ya han registrado sus DUI, no hay necesidad de que deban ir a entregarlos el día anterior a la visita, y mucho menos que para ello tengan que estar en el penal desde la madrugada y permanecer hasta el día siguiente con la esperanza incierta de poder visitar a su pariente.
Es muy loable que se haya emprendido acciones para ordenar el sistema penal, pero este orden no puede ir en detrimento de ningún derecho fundamental. La visita de la familia es la única fuente de ánimo y afecto que tiene una persona recluida de libertad, y el encuentro es muy provechoso para ambas partes. Por ello, es urgente que las autoridades de los centros penales busquen una organización racional y humana que les permita a las familias realizar sus visitas sin pasar cada vez por un calvario injustificable.