La hora de los presidentes

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Editorial UCA
25/07/2014

El mismo día en que México lanzó con gran fanfarria el tratado de libre comercio con Estados Unidos y Canadá, se alzaron los zapatistas en Chiapas recordándole al país y al mundo la aguda pobreza y abandono de grandes sectores de la población mexicana. Eso fue el 1 de enero de 1994. En la madrugada del 17 de diciembre de 2004, los diputados de Arena, PCN y PDC aprobaron el tratado de libre comercio con Estados Unidos, convirtiendo a El Salvador en el primer país centroamericano en aprobarlo. Después se sumaron las restantes naciones del istmo.

Han pasado 20 años en México y 10 años en Centroamérica desde que se dijo que los acuerdos traerían más inversión, crecimiento en la generación de empleo y mejora sustancial en la economía. Ciertamente, en México, las exportaciones han subido sustancialmente en estas dos décadas, dinamizando sobre todo a la industria electrónica y automotriz. Pero los beneficios del tratado se han concentrado en muy pocas manos. Se estima que más del 90% de las exportaciones mexicanas son controladas por menos del 10% de la población económicamente activa. Antes de firmar el acuerdo, el 80% de los juguetes que se vendían en México eran producidos internamente; el tratado invirtió esa proporción. En 1993, se contabilizaban 380 fábricas de juguetes en territorio mexicano; en 1995, ya solo quedaban 30.

En el Triángulo Norte de Centroamérica, a 10 años del TLC, el empleo no ha aumentado y los índices de violencia han crecido exponencialmente. En concreto, El Salvador es el país que menos crece económicamente en la región. De acuerdo a la ONU, Honduras, Guatemala y El Salvador son tres de los cinco países más violentos del mundo, y, según la Cepal, tres de los cinco más pobres del Latinoamérica. Es decir, los tratados de libre comercio con Estados Unidos solo han beneficiado a una élite; el resto de la población, sobre todo los sectores agrarios y manufactureros, ha salido perjudicada. Para Enrique Dussel, un estudioso de los tratados, estos han traído muchos beneficios para las grandes empresas exportadoras, mientras que las que producen para el mercado interno se han visto perjudicadas.

Sin lugar a dudas, los efectos negativos del TLC con Estados Unidos tienen que ver también con que el principal producto de exportación de nuestros países ya no es el café, el banano, ni el azúcar, sino la mano de obra barata. Las estadísticas no mienten: la migración ha aumentado desde que se firmaron los acuerdos. Por algo, Estados Unidos se negó a incluir el tema de la migración en la negociación. Paso libre para las mercancías, sí, pero murallas para las personas. En definitiva, Estados Unidos tiene una gran cuota de responsabilidad en la migración y, por ende, en la crisis humanitaria que ha provocado la migración de la niñez en busca de sus padres y de mejores oportunidades para su futuro.

El viernes 25 de julio es la reunión entre los presidentes de Guatemala, Honduras y El Salvador con su homólogo estadounidense. Los tres mandatarios centroamericanos tienen la oportunidad histórica de demostrar que están más cerca de los intereses de sus pueblos que de los intereses de la potencia del Norte. Aunque Guatemala ya anunció medidas que la convertirían en un gendarme de la política migratoria estadounidense, todavía están a tiempo de demostrar su dignidad. Los mandatarios deberían negociar por lo menos tres medidas. Primero, que la respuesta a la crisis migratoria sea humanitaria, no policial ni militar. Segundo, que se suspendan las medidas que acelerarían los procesos de deportación de niños (los fondos extraordinarios que se han pedido al Congreso estadounidense deben destinarse a la asistencia y protección de los menores, tal como lo exige el interés superior del niño). Tercero, que se facilite la reunificación familiar y se abran oportunidades para el asilo de menores de edad que huyen de la violencia.

Hay otras medidas que pueden y deben implementarse al interior de cada país centroamericano. Pero lo que urge es que los presidentes del istmo demuestren a quiénes defienden y protegen. Las tres medidas que proponemos no son fáciles de conseguir, pero los mandatarios, al luchar por ellas, habrán demostrado dignidad y habrán puesto en el centro de su gestión a las personas, por encima de las mercancías y el dinero, que son el corazón de los TLC.

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