Desde el viernes 20 de enero, Estados Unidos tiene por presidente a Donald Trump, un millonario impredecible, populista y autoritario. Con la presidencia de Trump inicia una etapa incierta para el mundo, pues sus posturas extremas y nacionalistas pueden llevarle a tomar decisiones que, aun pudiendo ser beneficiosas para su nación y algunos de sus ciudadanos, podrían perjudicar a la mayoría de los países y habitantes del mundo. Su obsesión de “volver” a hacer grande a Estados Unidos, su nacionalismo radical y proteccionista, su peculiar neoliberalismo, su forma impetuosa de actuar, su visión del planeta y de las personas dan pie para que muchos vean en él una amenaza.
El desprecio hacia los inmigrantes, especialmente a los de origen latino; las continuas ofensas a todo aquel que piensa distinto de él, incluyendo a periodistas y artistas que defienden los ideales de la democracia y los derechos humanos, son propios de un tipo de presidente que en cualquier otra parte del mundo no tendría derecho a credenciales democráticas. Sus críticas a los presidentes de Francia y Alemania (especialmente a Angela Merkel), porque dan refugio a los emigrantes sirios que huyen de la guerra o porque defienden la OTAN, organización a la que Trump ataca, pueden ser el presagio de unas difíciles relaciones con aquellos países a los que el mandatario estadounidense considere adversarios.
No se debe ser ingenuo y pensar que todo se quedará en palabras. Durante la campaña electoral, Trump repitió una y otra vez sus ideas con claridad, y ya ha mostrado que será firme en ponerlas en práctica. Antes de ser nombrado presidente, le dobló el brazo a la Ford para que trasladara la inversión que tenía planificado realizar en México a territorio estadounidense. Iniciada su presidencia, las primeras medidas adoptadas son significativas: abandonar el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica y firmar dos decretos para que se disminuyan los fondos estatales en salud y para la adquisición de viviendas en beneficio de los ciudadanos. Además, ha hecho público su deseo de renegociar el tratado comercial con México y Canadá, ha tomado acciones para impedir el acceso de productos de ciertos países a Estados Unidos y ha resucitado los proyectos de construcción de dos polémicos oleoductos, a los cuales se opusieron tenazmente los movimientos ecologistas.
La mayoría de las personas que desean un mundo más justo, equitativo y humano están preocupadas por la llegada de Trump a la Casa Blanca. Las manifestaciones en su contra el mismo día de la toma de posesión y los millones de ciudadanos, liderados por mujeres, que se manifestaron al día siguiente son una muestra no solo de la inquietud por las acciones que pueda tomar, sino también de la disposición a ofrecerle una férrea oposición si sigue con su línea de irrespetar y reducir los derechos de las mujeres, las minorías y los migrantes. Una posición con la que se solidarizaron miles de mujeres y hombres con marchas similares frente a las embajadas estadounidenses en distintas partes del mundo.
Si para tanta y tan diversa gente Donald Trump representa una amenaza, hay que tomar nota y prepararse. Durante su largo camino hacia la presidencia, muchos cometimos el error de minusvalorarlo, de restarle importancia, dimos por seguro que perdería. Nos equivocamos entonces, pero no conviene cometer el mismo error ahora. El Salvador no debe esperar de Donald Trump un trato preferencial, ni un apoyo a sus migrantes en Estados Unidos, ni un incremento de la cooperación y la ayuda, aun cuando el Gobierno se mostrara plenamente servil a sus intereses. Nuestro país debe prepararse para una etapa de relaciones adversas con el gigante del Norte y buscar la unidad nacional, centroamericana y latinoamericana (especialmente con México) para enfrentar de mejor manera lo que pueda venir.