Ayer se celebró con gran solemnidad el 190.º aniversario de nuestra independencia, y a lo largo de todo este año se está celebrando el bicentenario del Primer Grito de Independencia, a pesar de que el mismo solo supuso el inicio del proceso. La independencia es, por tanto, un concepto que se comprende como bueno, pues dio origen al surgimiento del país con una identidad propia, con capacidad para el autogobierno, dejando de ser colonia bajo el dominio del imperio español.
Pero a pesar de ello, al cabo de 190 años, no se puede decir que seamos un país libre y soberano. Hoy El Salvador, como la mayoría de los países, es interdependiente, aunque tenga su propio gobierno, pueda decidir sus propias leyes y tenga un puesto propio en el concierto de las naciones. En un mundo globalizado como el que se está construyendo, las naciones son cada vez más interdependientes, van cediendo su independencia y soberanía a la comunidad internacional. Por ello, en este contexto, es oportuno revisar las interdependencias que condicionan la vida de los salvadoreños y las salvadoreñas, no con la intención de echar un balde de agua fría sobre la euforia independentista, sino para inyectar un poco de realismo en la celebración de la independencia y contribuirá a generar consciencia sobre los límites de la misma.
El Salvador es un país interdependiente económicamente. El aspecto más claro de ello son los más de tres mil quinientos millones de dólares que recibe anualmente por las remesas de los salvadoreños residentes en otros países. Sin estas remesas, la economía salvadoreña no sería viable; sin ellas, el país descendería a un nivel de pobreza alarmante. No en vano la derecha ha utilizado más de una vez este asunto para condicionar el voto de los salvadoreños, con la amenaza de que si ganaba la izquierda, tendrían que regresar los emigrantes en Estados Unidos y ello supondría el caos en nuestro país. Igualmente importante es la dependencia de las importaciones de productos y servicios. Actualmente, El Salvador importa la gran mayoría de los productos que consume. Esta dependencia afecta las relaciones con los países que nos proveen, pues estas quedan condicionadas por la necesidad de obtener los productos que nos venden. Igualmente ocurre con las exportaciones: puede suponer un daño serio romper relaciones con un país al que El Salvador exporta un porcentaje importante de su producción. Así ocurrió con Honduras después del golpe de Estado a Zelaya, cuando los empresarios salvadoreños se opusieron a que se rompieran las relaciones para no afectar las exportaciones de sus productos al país vecino. Y este fue el motivo principal del apoyo del Gobierno salvadoreño a la reincorporación de Honduras a la OEA y al Sistema de Integración Centroamericano.
Dependemos, además, de las instituciones multilaterales, pues por medio de ellas El Salvador obtiene los préstamos que requiere para cerrar el déficit fiscal y cubrir el presupuesto nacional. A pesar de que tanto el Fondo Monetario Internacional (FMI) como el Banco Mundial han suavizado sus condiciones para apoyar a los países y se han vuelto más respetuosos hacia las políticas económicas nacionales, mantienen un importante control sobre los países en vías de desarrollo. Por ejemplo, la firma del acuerdo de stand-by con el FMI es fundamental para poder acceder a créditos internacionales, pero supone aceptar la mayoría de sus políticas económicas.
La firma de los tratados de libre comercio, tanto con Estados Unidos como con la Unión Europea, también supone una cesión de la soberanía. En dichos tratados se da primacía a la inversión extranjera, a los intereses del comercio internacional y de los capitales transnacionales sobre la vida de los pueblos y los intereses de las mayorías. En ellos se cede la solución de los conflictos a árbitros internacionales, en detrimento de los tribunales nacionales. Un caso ilustrativo de esto es el conflicto entre el Estado salvadoreño y la empresa minera Pacific Rim por la negación del permiso de explotación. De ganar la empresa, el Estado deberá indemnizarla, aunque dar luz verde a la operación minera hubiese supuesto graves daños y problemas medioambientales para nuestro país.
La interdependencia es, pues, algo normal en el mundo actual. Sin embargo, en esa dinámica, cada nación debe tratar de mantener su soberanía a fin de defender sus intereses, que no pueden ser otros que los de la mayoría de su pueblo. En ello debería empeñarse El Salvador con el mismo ímpetu con el que cada año celebra su independencia.