La lucha contra la pobreza

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Editorial UCA
08/07/2015

En el marco de la lucha contra la pobreza, ha sido frecuente la manipulación de datos con fines políticos. En los últimos dos años, 2014 y 2015, la canasta básica alimentaria urbana, cuyo costo se mide mensualmente, ha oscilado entre los 175 y los 200 dólares; la rural, en cambio, ha variado en ese mismo lapso de tiempo entre 125 y 145 dólares. En esa diferencia de costo se basa la diferencia entre el salario mínimo de la ciudad y el del campo. Con un agravante: mientras la canasta básica de la ciudad cuesta aproximadamente un 28% más que la del campo, el salario mínimo del sector servicios en la ciudad supera en más del 100% al mínimo del campo. Si esta diferencia a favor de la ciudad se basa, además, en la supuesta facilidad del campesino para acceder a fruta o disponer de una pequeña granja familiar, se hace una doble ofensa al trabajador rural. Pues la granja o los árboles frutales son el resultado del trabajo del campesino. Trabajo extra sin paga que no debería en absoluto servir para rebajarle el salario mínimo.

El Gobierno está trabajando en el ajuste de la canasta básica, que debe ser más amplia de lo que se ha definido hasta la fecha. Y además está complementando el análisis de la pobreza a través de una medición multidimensional. Esto permitirá, al estudiar las privaciones concretas que sufren quienes están en pobreza, diseñar una política pública contra el flagelo más eficaz y completa de la que se puede formular desde el dato del ingreso monetario. Eso es bueno y significa un adelanto. Y significa también honradez con la realidad, que es el primer paso para luchar de veras contra la pobreza. Mientras se disimule, es casi imposible enfrentarla y mucho menos erradicarla. De hecho, el combate contra la pobreza no tendrá éxito total hasta que no se destierre de las políticas públicas la tendencia a estratificar los derechos básicos de las personas. Estos salarios mínimos tan diferentes y desiguales en el campo y en la ciudad irrespetan la igual dignidad del trabajo humano y son una afrenta a la justicia. Las desigualdades en el acceso a las redes de protección social crean siempre rupturas en el tejido social y violencias.

En esta lucha contra la pobreza es importante, pues, la conciencia de la igual dignidad humana. Ni la riqueza material, ni la abundancia de conocimiento, ni la mayor fuerza física otorgan más dignidad a nadie. No tener universalizado el bachillerato o la educación preescolar es un fallo grave y un atentado contra la dignidad humana hoy. El hambre o la carencia de vivienda decente son formas graves de injusticia social. Negar posibilidades de salud o educación es condenar a una buena parte de la población a llevar una vida con pocas esperanzas de salir de la pobreza. Por eso, cuando alguien no tiene conciencia de esa realidad, no se preocupa por ella y vive su vida al margen de las necesidades de los pobres, está convirtiéndose en cómplice de la injusticia y la violencia existentes.

Cuando a los pobres se les pregunta qué es la pobreza, responden no saber qué se comerá mañana. O tener que comer salteado. O vivir amontonados en un solo cuarto. O no saber qué pasara en la casa si se enferma uno de los miembros de la familia. Es vivir al día, en perpetua escasez y en completa vulnerabilidad, sin saber dónde y a quién acudir para solucionar problemas que pueden convertirse en asunto de vida o muerte. Pero a los pobres no siempre se les escucha, aunque sean salvadoreños, hermanos nuestros y con los mismos derechos otorgados por una Constitución que supuestamente es el marco de derechos universales. Con frecuencia es más fácil cerrar los oídos, poner cercas y despreciar u olvidar a los que están más allá de las burbujas de bienestar.

Apuntarse al compromiso constitucional de trabajar por la justicia social resulta incómodo y difícil para muchos. Cambiar de actitud, tomar conciencia de la realidad, tiene que ser el primer paso. Si la violencia nos preocupa porque cada día cobra más posibilidad de afectarnos a todos, tenemos que enfrentar la realidad de la pobreza, la exclusión, la desigualdad y la injusticia. De lo contrario, seremos cómplices de una especie de guerra de ricos contra pobres que solo generará una violencia sin fin. Porque aunque los ricos puedan acumular más poder material, los pobres siempre serán mayoría. Los estudios multidimensionales sobre la pobreza y el ajuste de la canasta básica, de próxima presentación, deben ayudarnos a tomar conciencia de la pobreza como un mal nacional; un problema que tenemos que superar juntos.

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Anónimo
08/07/2015
10:35 am
Amén! asi es... Justicia Social, para empezar a poner en orden educación, salud, vivienda, trabajo digno, inversión y crecimiento económico para todos, funcionamiento en eficacia y honestidad de las instituciones publicas, en fin tantas necesidades urgentes y de fondo para que de verdad disminuya o en el mejor de los casos desaparezca en primer lugar la violencia institucional y de paso a aminorar la brecha de la pobreza.. por que señores en innegable que en nuestro país existe una pobreza insoportable! un pobreza que aniquila fisicamente a la persona y hiere profundamente la dignidad de ellas, y este tema, es un tema de país que nos atañe a todos,, asi que todos en la medida que podamos debemos sumar esfuerzos por terminar con ella y principalmente las personas con el poder político, tomar decisiones contundentes que solucionen de una vez por todas este flagelo injusto y asi logremos paso a paso vivir TODOS en paz social.
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