Cada año los signos de la Navidad inician más pronto y se hacen más comerciales. La sociedad de consumo, que tanto nos ha atrapado a los salvadoreños (según estadísticas, somos uno de los pueblos más consumistas del mundo), nos ofrece veinte mil maneras de celebrar. Pero la mayoría de ellas pasa por comprar cosas, que muchas veces son superfluas, muy poco necesarias. Y con ello nos dan el mensaje que Navidad es comprar y regalar, y que solo el que puede hacerlo celebra con propiedad. Si esto fuera así, muchísima gente quedaría entonces marginada de la celebración de Navidad, porque desde su pobreza no les alcanza para comprar apenas nada de lo que los comercios ofrecen. Pero qué lejos está todo esto de lo que verdaderamente significa lo que celebramos los cristianos en Navidad.
La Navidad es la celebración de un gran acontecimiento: Dios se encarna en Jesús para vivir a plenitud la vida de los seres humanos. Es Dios con nosotros el que planta su tienda en medio de este mundo, para acercarse a la humanidad y para que la humanidad pueda acercarse a Él de la misma manera. Con la encarnación de Dios en Jesús, la humanidad y la divinidad se funden en un abrazo de amor e intimidad sin precedentes en la historia, que nos abre a la posibilidad de una relación de hijos e hijas con Dios. Con el nacimiento de Jesús se hacen reales las promesas de los profetas que hemos leído a lo largo de la liturgia de adviento. Es Dios que viene a consolar a su pueblo y a comunicarle que ninguna condena pesa sobre él. Es Dios que se hace presente para salvar a la humanidad con su oferta de amor sin condiciones. Dios, lleno de misericordia hacia la humanidad entera, propone un proyecto de vida para que podamos todos vivir caminando humildemente con Él, practicando el bien y la justicia, y de ese modo alcanzar la felicidad que tanto anhelamos.
Así como Jesús no tuvo un lugar al venir a este mundo, son muchas las personas a las que hoy se les niega un lugar en nuestra sociedad. No se trata de tener un lugar donde reposar la cabeza, se trata de ser parte plena de la sociedad y participar de las oportunidades de realización humana que toda sociedad debe ofrecer a los suyos. Ello supone un empleo y una vivienda dignos, una familia capaz de dar y recibir amor. Supone también acceso a educación y salud de calidad, dos elementos esenciales para el desarrollo del ser humano. En breve, se trata de que las personas y las familias alcancen el bienestar que desean, tanto a nivel material como espiritual. Después de más de dos mil años de que Jesús nos enseñara que el ser humano, su vida y su felicidad son lo más importante para Dios, en El Salvador, a pesar de que decimos ser un pueblo cristiano y celebramos cada año la Navidad, todavía no lo hemos comprendido. Y por ello, para celebrar la Navidad con autenticidad, lo primero que necesitamos es cambiar nuestros corazones y abrirlos hacia todos nuestros hermanos y hermanas con los que compartimos este pequeño territorio al que llamamos El Salvador.
En la tradición bíblica judía, para que las fiestas fueran un culto agradable a Dios, se debía invitar a mesa común a todos aquellos que no tenían dónde ni cómo celebrar. Las familias judías tenían que invitar a las fiestas religiosas a los pobres, a las viudas con sus huérfanos, a los forasteros, y de ese modo la celebración se convertía en un signo de la sociedad sin exclusión que Dios les invitaba a construir. Es la misma imagen del banquete del Reino que Jesús tantas veces puso como ejemplo en sus parábolas. El Reino de Dios, el proyecto de Dios para la humanidad, que fue el centro del mensaje de Jesús, es semejante a un banquete de bodas al que toda la humanidad está invitada y nadie es rechazado. Todos comen y beben, y se alegran de estar unidos festejando fraternalmente. Así quiere Dios que la humanidad celebre las fiestas en su nombre. Por ende, para que nuestras celebraciones de Navidad sean auténticamente cristianas, no pueden excluir a nadie y deben ser signo del Reino de Dios, en el que todos están invitados a participar y cuyos beneficios alcanzan a todos. La Navidad es así para todos, no para unos pocos.
Por ello, hoy tenemos que buscar a Jesús entre los pobres, entre los excluidos, en las cárceles, entre los que sufren, allí donde están los que no tienen lugar en este mundo. Allí está el verdadero rostro de Jesús esperando amor, esperando salvación, esperando justicia. Allí está Jesús esperando que lo visiten, que lo vistan, que lo alimenten, que le den posada... Hacerlo un día es celebrar la Navidad, y trabajar cada día para construir una sociedad mejor que reconozca la igual dignidad de los seres humanos es acoger a Jesús y darle un lugar en nuestras vidas.