Desde que en 1886 fueron ejecutados en Estados Unidos los mártires de Chicago, por promover y participar en una huelga en la que exigían una jornada laboral de 8 horas, el derecho a la organización sindical y mejores condiciones de trabajo, el 1 de mayo se convirtió en un día reivindicativo de los derechos de los trabajadores. El 1 de mayo no se conmemora el día internacional del trabajo, como machaconamente se repite para darle a la fecha un perfil más complaciente y menos beligerante; históricamente, ha sido el día de la clase trabajadora, en la que esta denuncia injusticias, reclama mejores condiciones de trabajo y exige las prestaciones y retribuciones que le corresponden. Sin embargo, cada 1 de mayo hay menos logros que celebrar y más dificultades que enfrentar. La crisis económica que se desató en 2008 ha ido despedazando gradualmente derechos de los trabajadores conquistados a lo largo de dos siglos de lucha. Por ejemplo, las medidas de flexibilización laboral han dado un duro golpe a la estabilidad y la dignidad de los trabajadores.
El pueblo salvadoreño tiene la característica de ser trabajador. Si no hay posibilidad de conseguir empleo, la gente se rebusca para ganarse la vida. Las Encuestas de Hogares y Propósitos Múltiples de los últimos años reflejan que 5 de cada 10 personas de la población económicamente activa se ganan la vida en el sector informal. En su inmensa mayoría, son los compatriotas que comienzan su jornada antes de que salga el sol y la terminan ya entrada la noche. Los que venden en la calle, los que andan con su venta al hombro, los obreros que toman trabajos esporádicos. En este sector no hay vacaciones, ni seguridad social, ni ingresos fijos, ni se cotiza para asegurar la vejez. Y no participan en las marchas y desfiles del 1 de mayo porque si no trabajan, no comen.
Probablemente, desde la perspectiva del trabajador y de la trabajadora, el derecho más violado en los últimos tiempos es el derecho a tener trabajo estable y digno. Por eso, la mayor y primera exigencia que debería plantearse el 1 de mayo es que haya oportunidades de trabajo digno para todos. Por supuesto que hay que reivindicar mejores salarios, prestaciones y condiciones laborales, pero esto solo pueden hacerlo los que tienen el privilegio de tener un trabajo estable, y en general son ellos los que marchan el 1 de mayo. La primera condición para gozar de esos derechos y exigir que se respeten es tener la oportunidad de contar con un trabajo. Una de las peores consecuencias del modelo económico que se impuso desde el fin de la guerra es que ya no necesita a toda la gente, ni siquiera para explotarla. Eso se llama exclusión. El modelo desecha gente para obtener ganancias. Esta exclusión es precisamente la raíz de muchos de los problemas que abaten hoy a la sociedad salvadoreña, como la violencia, la delincuencia y la migración.
Tener un trabajo es el requisito fundamental para una vida digna. Negar esa oportunidad es negarle la dignidad a la persona. Por eso la exigencia en este 1 de mayo debería ser la inclusión de todos en el derecho al trabajo. Probablemente algunos dirán que es utópico aspirar y más aún demandar que haya trabajo digno para todas las personas. Cuando comenzó la huelga en Chicago, el 1 de mayo de 1886, el periódico Philapelhia Tribune afirmó que los trabajadores habían sido picados por una especie de tarántula universal y que se habían vuelto locos de remate. Estos trabajadores estaban luchando por una jornada laboral de 8 horas diarias y por el derecho de organización sindical, que en aquel tiempo eran una locura. Ahora, ambas cosas las vemos como normales. Sin embargo, también hoy en día, grandes empresas transnacionales afincadas en El Salvador prohíben a sus empleados la afiliación sindical sin que las autoridades pongan ningún reparo. Hay que seguir exigiendo el cumplimiento de los derechos de los trabajadores. Pero ante todo, hay que exigir oportunidades de empleo para ese sector mayoritario de la población salvadoreña que día a día se la rebusca para simplemente sobrevivir.