El país está a las puertas de celebrar las que sin duda son las elecciones más controversiales desde la firma de los Acuerdos de Paz, pues el oficialismo no ha escatimado recursos para que los comicios den el resultado que le conviene. Por eso, no se puede analizar ni valorar este proceso electoral de la misma manera que se hizo con los precedentes. Estas elecciones son distintas porque por primera vez desde 1935 hay a un candidato a presidente que es el presidente de turno. Solo lo hizo antes Maximiliano Hernández Martínez, quien, siendo vicepresidente, llegó al poder después de un golpe de Estado en diciembre de 1931. Martínez, el responsable de la masacre de miles de indígenas y campesinos en 1932, se reeligió violando la Constitución y se mantuvo en el poder hasta 1944, cuando una huelga general de brazos caídos lo obligó a renunciar.
Estas elecciones son distintas porque es la primera vez desde el fin de la guerra que se celebrarán en el contexto de un régimen de excepción que suspende garantías constitucionales y que condicionan la participación ciudadana. También son especiales porque la población ha presenciado una campaña electoral absolutamente desigual, tan asimétrica como las encuestas recogen que serán los resultados electorales. La campaña ha sido cuestión de una sola fuerza política, la cual cuenta con grandes recursos económicos, ha puesto la maquinaria del Estado a su servicio y se enfrenta a una oposición dispersa, estrangulada económicamente y, por esto último, incapaz de competir en igualdad de condiciones. Esta es una competencia entre un David y un Goliat.
Además, esta campaña se ha caracterizado por la ausencia de propuestas concretas que respondan a los graves problemas que afectan a la población. La propaganda oficial ha saturado con mensajes que giran en torno a no volver al pasado y a seguir con los cambios, pero sin decir cuáles, ni cómo, ni cuándo. La machacona repetición de anuncios del oficialismo no dice nada, pero gusta a mucha gente. Los temas fundamentales para la población (es decir, la crisis de la economía familiar, la pérdida de poder adquisitivo ante el alto costo de la vida, la injusticia de un sistema de pensiones cada vez más inequitativo, la baja calidad de la educación, los graves problemas medioambientales, la generación de empleos dignos, la situación de las mujeres y un largo etcétera) no aparecen en la campaña.
En lo que se parece la actual campaña electoral a las anteriores es en los vicios y artimañas utilizados por el oficialismo para mantenerse en el poder. Se reparten alimentos comprados con dinero público en nombre del presidente, se pauta publicidad electoral pagada por el Gobierno, se inauguran obras de infraestructura, se usan recursos del Estado para labores partidarias... todo prohibido por la ley y ante el silencio obsequioso de la autoridad electoral. Por su parte, la oposición tiene propuestas, algunas interesantes, pero por la falta de financiamiento de los partidos no se han dado a conocer. Así las cosas, las encuestas revelan que la población asistirá masivamente a las urnas, sobre todo el 4 de febrero. Pero lo hará desinformada sobre los recientes cambios en el número y la distribución de diputaciones y municipios. Las intenciones de voto declaradas apuntan a que el país se inscribirá en la lista de sistemas de partido hegemónico o de partido único. El mandatario explícitamente pide eso en su propaganda y mucha gente parece verlo bien, pese a que este tipo de sistemas de partido solo existe en regímenes no democráticos.
Las encuestas serias no inventan nada, solo reflejan lo que la población declara. Aunque no es frecuente que las personas mientan en los sondeos de opinión por temor o por cualquier otra razón, hay ejemplos de eso. En 1990, la gente daba en todas las encuestas un triunfo unánime a Daniel Ortega; sin embargo, fue elegida la opositora Violeta Barrios. El año pasado, en Guatemala, Bernardo Arévalo apenas se asomaba en los últimos lugares de las encuestas y hoy es el presidente del vecino país. Poco frecuente, pero la población a veces no dice cómo piensa votar en realidad. En estas circunstancias, las personas deben recordar que, como lo estipula el Código Electoral en su artículo 3, el voto tiene al menos cuatro características: es libre (nadie puede obligar a votar por alguien, ni siquiera a votar), es directo (nadie puede votar por otra persona), es igualitario (el voto vale lo mismo sin importar la condición de las personas) y es secreto (a menos que quiera, nadie tiene que decir por quién votó). Los políticos juegan con el hambre de la gente regalando alimentos, semillas o cualquier cosa, pero, en última instancia, el voto es cuestión solo de la persona y su conciencia.