Si algo podemos decir de los mártires en general es que fueron personas muy libres. Cuando se leen las actas de las víctimas de la persecución del Imperio romano, destaca la libertad y el coraje con los que gente humilde respondió a los jueces, que indefectiblemente la condenarían si no renunciaba a su fe. En el libro de los Hechos de los Apóstoles se repite incansablemente que los apóstoles predicaban el Evangelio, en medio de graves dificultades, con una libertad valiente. En esa línea, no cabe duda de que los mártires de la UCA eran personas valientes, sinceras y capaces de transmitir sus ideas e ideales sin que las amenazas de muerte enturbiaran su actuar y hablar. Fijarse hoy en sus valores resulta indispensable. Ellos están ahora envueltos y presentes en el misterio de Dios; su libertad, ideales y valores están entre nosotros como semilla y levadura de un mundo nuevo en el que se respete plenamente la dignidad de la persona humana. Cuando hablaban de impulsar una nueva civilización, construida sobre el trabajo y la dignidad de la persona, indicaban un camino opuesto al del capitalismo de seducción que hoy domina al mundo; opuesto al marketing que valora más el tener que el ser.
En la primera carta del apóstol Juan se dice que “el amor echa fuera al miedo”. En los mártires salvadoreños, el amor y la conversión al prójimo oprimido los liberó del miedo. E incluso los liberó de la muerte, pues continúan viviendo en nuestra historia como antorchas que iluminan el camino de la verdad y de la vida. Su ejemplo nos muestra caminos y opciones en situaciones históricas en las que se mezclan realidades nuevas de esperanza y justicia con la permanencia de viejas situaciones de explotación y opresión. El respeto a la dignidad humana es hoy la clave a trabajar; y la conversión al prójimo oprimido, tal vez la tarea más difícil de incorporar a la propia vida. Mientras quienes los asesinaron son hoy irrelevantes, los mártires han crecido y nos muestran siempre una opción de compromiso vital. Ser libres como ellos para hablar, para debatir, para encontrar soluciones a los problemas es la tarea que nos corresponde. No es posible reparar la injusticia que sufrieron, pero con su pensamiento y con su testimonio de generosidad y solidaridad podemos construir un futuro distinto.
En las actuales circunstancias, en las que el Estado de derecho se ha debilitado profundamente y no se entiende que la democracia y el respeto a los derechos humanos están íntimamente relacionados, a quienes valoran a los mártires les corresponde retomar la palabra beligerante, de la que hablaba con frecuencia Ignacio Ellacuría. Palabra esperanzada y creativa que no se rinde ni ante la fuerza bruta, ni ante la mentira apoyada desde el poder. La trampa de asegurar que para defender a las víctimas de la violencia hay que ser violentos con los victimarios y con quienes tienen el más mínimo parecido con ellos debe ser revertida mediante una racionalidad humanista y religiosa. Privar de libertad a los delincuentes es legítimo, pero el maltrato, la exhibición humillante, la detención masiva sin pruebas y el silencio como respuesta a las peticiones de información de los familiares de los detenidos no son justos ni decentes. Mienten quienes aprueban ese tipo de comportamiento policial y judicial, y al mismo tiempo afirman que simpatizan con la UCA de Ellacuría. Frente a la mentira y a la autorreferencia, no hay más camino que “aquella libertad esclarecida, que donde supo hallar honrada muerte, nunca quiso tener más larga vida”.