En el país ya no se discute sobre cuál de los Gobiernos ha sido corrupto, sino cuál lo ha sido más y de qué manera. En gran medida, esta percepción sobre los funcionarios está haciendo crecer el rechazo hacia la política en general y los partidos en particular. Ciertamente, los políticos de oficio y los partidos son responsables de la crítica situación que vive el país, pero solo en parte. Hay otros actores que son artífices o partícipes del actual escenario; los medios de comunicación entre ellos.
La libertad de prensa es un derecho humano derivado de la libertad de expresión. Pero toda libertad tiene su límite; si no, se convierte en libertinaje. Y la libertad de expresión no es la excepción. Ejercer esta libertad no significa que se puedan difundir mentiras u opiniones que lesionan la dignidad humana. Eso deja de ser libertad de expresión para convertirse en injuria. Por supuesto, cada medio de comunicación tiene el derecho de enfocar la realidad desde una línea editorial. Por eso es fundamental para una democracia tener pluralidad de medios, para que la ciudadanía pueda decidir con cuál visión quedarse. Lo que no se vale es mentir, incitar a la violencia o al delito, promover la discriminación o el racismo. Por desgracia, en nuestro país tenemos demasiado de ello.
Se dicen barbaridades con total impunidad; por ejemplo, se afirma que el cambio climático es artimaña de comunistas para detener el progreso. Según esta versión, la alteración del clima no depende en nada de la actividad humana. Esto cuando desde hace años hay un amplio consenso en la comunidad científica, basado en evidencias, en que el ser humano es el mayor causante del cambio climático a través de la quema de combustibles fósiles, la desforestación, la explotación de la ganadería, etc. Actividades que generan gases de efecto invernadero que hacen que la temperatura suba.
Desde un medio se ha afirmado que el idioma náhuat no tiene nada de valor, que lo mejor sería que desapareciera junto a los caites y tapescos, en un frontal irrespeto y desprecio a la cultura indígena. Otro tiene un manual de estilo que manda no mencionar el nombre de monseñor Romero. Así, en sus textos, se omite el nombre de nuestro beato al hablar del aeropuerto y el bulevar que lo honran. Por otra parte, un matutino ha emprendido una descarada campaña para convertir a un empresario en candidato presidencial, manipulando titulares y multiplicando notas sobre cualquier actividad que él realiza.
El problema no es que alguien tenga entre sus ídolos a Donald Trump, crea que el rescate de nuestras raíces es una pérdida de tiempo, rinda trato de prócer a Roberto D’Abuisson, Domingo Monterrosa o Maximiliano Hernández Martínez, o piense que cierta persona es el mejor candidato para la Presidencia del país. Cada quien es libre de pensar como quiera, incluso yendo en contra de la ciencia o de la ética más elemental. El problema es cuando eso lo hace un medio de comunicación.
Todo medio que incite a la violencia o al delito, que mienta o que promueva la discriminación debería de pagar las consecuencias. Pero en El Salvador la libertad de prensa se confunde con libertad para ofender, mentir, manipular. El negocio de la desinformación y del discurso ideologizado y falso es también, sin duda, una de las causas de la actual situación del país. Cuando la información se manipula permanentemente, la verdad y la ética dejan de ser importantes.