Los impuestos y la inversión social

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Los dos partidos con posibilidades de ganar las elecciones tienen ya terminados sus programas de gobierno. La pregunta es con qué dinero van a sacar al país adelante. Y más en tiempo de crisis. Nadie va a llegar al poder en tiempo favorable para el desarrollo. Las palabras esperanzadoras no son más que una mentira. Lo que debemos hacer es presentar cuentas claras y comprometernos con la realidad. Si queremos un Estado deficiente y en el mejor de los casos limosnero, digámoslo claramente. Si queremos sacar adelante al país, hablemos de reforma tributaria.

Suecia, Noruega, Finlandia y otros países tienen una carga de impuestos que equivale al 40% de la riqueza producida en el año; en otras palabra, el 40% de su producto interno bruto. Pero esos países no nos sirven como ejemplo porque son naciones socialistas y viejas, y nosotros somos jóvenes y creemos en el libre mercado.

Otros como Italia y Francia también superaron el 40% en 2006, pero por estar en crisis no nos sirven de ejemplo. España, Alemania y Portugal superaron ese mismo año el 35%, pero tampoco nos sirven como ejemplo por viejos y anquilosados. Nosotros somos un tigre joven, con un gran potencial, según los charlatanes de turno, y si no fuera por los rojos del FMLN o por la corrupción arenera, según con el cristal con que se mire, llegaríamos inmediatamente al desarrollo.

Corea, que en un tiempo nos despertó admiración porque hace cincuenta años estaba al mismo nivel de nosotros, alcanzaba una recolección de impuestos del 15% de su producto en 1975; subiendo un poco cada año, en 2006 llegó al 26%. Irlanda, que nos despierta pasión últimamente, anda en el 31%. Estados Unidos, nuestro máximo aliado y amigo, ronda el 28%. En otras palabras, todos los países amigos, y todos a los que va a estudiar nuestra élite gobernante y pensante, nos doblan en el porcentaje de dinero que recogen a través de los impuestos. Producen más que nosotros, recogen más dinero en impuestos que nosotros e invierten en desarrollo social y productivo mucho más dinero que nosotros. Y nosotros, con una producción menor, con unos recursos mucho menores y sin hacer el esfuerzo de recoger un porcentaje necesariamente mucho mayor de nuestra producción, queremos alcanzarlos. Las matemáticas no salen. Y uno no sabe si nuestro liderazgo político es deficiente mental o simplemente un grupo de mentirosos y oportunistas con un gusto obsesivo y enfermizo por el dinero y el poder. A ellos se une con frecuencia una élite demasiado cómoda en su modo de vida, que aun sabiendo que este camino no es el verdadero, cierra los ojos por miedo a liberar la generosidad y por terror ante el sacrificio relativo que ello puede comportar.

Este dilema no lo discuten públicamente ni Mauricio Funes ni Rodrigo Ávila. Y si este tema no se toca en serio, ni vendrá realmente el cambio, ni habrá más empleo seguro. Mentir es fácil. La verdad es que subiendo en cinco años un 4% más de lo que recogemos, como están pregonando los candidatos del Frente y de Arena, no avanzaremos respecto a los países desarrollados. Al revés, seguiremos estando cada día más lejos de ellos. Eso sí, la élite cómplice se beneficiará del comercio, de las remesas y de la producción de bienes indispensables, y mantendrá cada día estilos de vida más alejados de los de los pobres. Aumentarán la frustración y las diferencias sociales. Y seguiremos hablando de cohesión social cuando en realidad es imposible que esta exista —a pesar de la buena voluntad de la mayoría del pueblo salvadoreño— cuando el desarrollo no avanza prácticamente y las diferencias sociales son intensas.

Producir más y mejor es necesario. Pero tener una transformación mucho más radical de nuestro sistema impositivo es indispensable para conseguir a través de la inversión social y productiva una verdadera cohesión social y una democracia económica auténtica. Lo demás es palabrería vana que no hará más que seguir agravando los problemas.

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