Los tres años que vienen

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Editorial UCA
25/02/2015

En las discusiones políticas y en la búsqueda de coincidencias y decisiones conjuntas en torno a algunos problemas de la vida nacional, suele decirse que hay que esperar a que pasen las elecciones para llegar a acuerdos. No es que se piense que la nueva aritmética legislativa hará más fácil concertar mayorías, sino que no se considera políticamente beneficioso lograr acuerdos antes de las elecciones. Incluso se le tiene miedo a acciones conjuntas masivas, por el impacto electoral que puedan tener. Lo mejor es esperar, acostumbran decir los avispados políticos. No importa que llegue alguien al poder ejecutivo con buenas intenciones y con deseo de dialogar; si un año después hay elecciones legislativas y de alcaldes, la maquinaria electoral comienza de nuevo a moverse y no quiere interrupciones.

Los diarios, según su orientación, insisten en criticar y enfatizar los fracasos de quienes consideran enemigos, y en general se impulsa a la sociedad a entrar en polémicas que la mayoría de veces no son inteligentes ni ayudan a encontrar soluciones a los problemas. Aunque en algunas mesas de diálogo, como en el Consejo de Seguridad Ciudadana o el preconsejo de educación, hay un buen ambiente y se van dando acuerdos interesantes, lo cierto es que la cercanía de las elecciones dificulta en extremo profundizar en los temas. Así, mientras algunos grupos pequeños avanzan, la sociedad en su conjunto sigue empantanada en los problemas de toda la vida, sin apenas ver luces de esperanza.

La buena noticia que nos dan los próximos comicios es que después habrá un amplio período (tres años) sin convocatoria a las urnas. Dado que en época electoral somos incapaces de debatir sobre las cuestiones de fondo, no tendremos justificación si en ese trienio no avanzamos en la solución de nuestros problemas. En ese período sin barahúnda electorera debemos establecer una agenda de acuerdos básicos que den esperanza a la población. Y el reto a vencer no es solo la desconfianza de larga data en las instituciones salvadoreñas, sino la falta de esperanza en el futuro del país. Demasiada gente sueña con marcharse. Y cuando los sueños de los pueblos abundan en el abandono del terruño, es muy difícil generar climas adecuados para el desarrollo. Los salvadoreños tienen derecho a esperar un futuro positivo y halagüeño, sin muerte en las calles, sin corrupción y con redes de protección social acordes a la dignidad humana.

Solo habrá un mejor futuro si los políticos consiguen acuerdos en torno a las necesidades básicas de nuestro pueblo. Trabajo digno con salario decente es un primer gran paso. El escándalo del mal uso de fondos destinados a la promoción del empleo en administraciones pasadas no debe impedir el esfuerzo. Es necesario enfrentar la violencia ofreciendo trabajo con salario decente, sin caer en esa aberración permanente de unos salarios mínimos no solo desiguales, sino muy deficientes. Es imprescindible una educación de calidad y una universalización de la misma desde los dos a los 18 años. Es necesario romper este nefasto sistema de salud que margina a los pobres y no ofrece una salud de calidad para toda la ciudadanía por igual.

Son acuerdos que pueden llevar su tiempo, pero que deben ser opción común de todos los que participan en el juego político. Si no se avanza en ellos, no habrá la cohesión social necesaria para superar las plagas del subdesarrollo desigual ni tendremos capacidad para conducir a El Salvador hacia la paz social. El esquema socioeconómico vigente, que promueve un desarrollo desigual y mantiene una estratificación de los derechos básicos que margina y excluye a los más pobres, ha fracasado. En los próximos tres años tenemos la oportunidad de poner las bases para superar ese fracaso y comenzar a reconocer con hechos la igual dignidad de todos los que componemos la familia salvadoreña.

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