Memoria que no se borra

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Editorial UCA
16/10/2017

Es muy fácil decir que la historia es maestra de la vida. Pero cuando queremos entenderla como herramienta para mejorar la sociedad y el accionar político, las cosas se complican. La historia se ve desde perspectivas, intereses o experiencias personales que despiertan emociones que tiñen de un solo color todos los recuerdos. Frente a esa diversidad, hay una memoria que permanece fiel a los hechos: la de los crímenes contra la humanidad. La memoria hunde con frecuencia sus raíces en los recuerdos más amargos. Y no hay nada peor ni más amargo que ofender gravemente, matar, robar, violar y desterrar a los empobrecidos. A diferencia de los recuerdos personales, que se suelen difuminar con el tiempo, la memoria de las colectividades afectadas por crímenes horrendos no se pierde jamás.

En siglos pasados, la memoria se refugiaba en la literatura o en narraciones que solían confundir recuerdos y emociones. Hoy, el pasado desgarrador de un pueblo se lleva a juicio. Tenemos una moralidad externa al poder, los derechos humanos, que lo exige. Hemos firmado tratados internacionales que nos comprometen a hacerlo. Nuestro propio pensamiento jurídico acepta, aunque le haya costado su tiempo, que los crímenes de lesa humanidad son imprescriptibles. En el fondo, los tratados, leyes y compromisos internacionales no son más que el reconocimiento explícito de que aunque la vida puede ser derrotada por la fuerza bruta y la muerte que la acompaña, “la memoria sale victoriosa en su combate contra la nada”. Quienes piensan que dejar correr el tiempo arregla todo se equivocan. El reconocimiento de la verdad se termina imponiendo a través de la memoria de los pueblos.

En ese marco, urge desarrollar en El Salvador una ley de justicia transicional que permita juzgar casos simbólicos y ejemplares de un pasado inmerso en la locura de la guerra. Se puede, es necesario, llevar ante la justicia a militares, como lo está haciendo Guatemala y como hemos comenzado a hacerlo respecto a la masacre de El Mozote. Pero sobre todo hay que juzgar hechos que en muchos aspectos superan las responsabilidades individuales y obligan a repensar el modo de organizar los deberes y derechos sociales. Más que enfatizar el castigo de crímenes, aunque efectivamente debe existir algún tipo de sanción, debemos pensar en el reconocimiento y reparación de las víctimas. Y diseñar desde ahí, desde la dignidad humana de todos aquellos que fueron tratados injustamente como basura, un modo de convivencia social que dé garantías de no repetición de los hechos horrendos del pasado. Una ley de justicia transicional podría más fácilmente satisfacer a las víctimas, ofrecer términos tendientes a la reconciliación y dar garantías de no repetición.

La memoria que no se borra no se contenta con que una, dos o veinte personas sean juzgadas. La memoria colectiva aspira a unas garantías de no repetición que pasen por el buen funcionamiento institucional, la participación democrática y derechos económicos y sociales efectivos. Los derechos humanos reflejan el anhelo de los pueblos de vivir en paz, en respeto a la dignidad humana y en un entorno de desarrollo sostenible que garantice el bienestar de todos. En El Salvador, nos queda todavía mucho por hacer. La muerte y la impunidad, ciertas formas de guerra social, siguen presentes. Y ha sido la impunidad de los poderosos, el no reconocimiento del valor y la dignidad de las víctimas, el intento de sepultar el pasado en el olvido, lo que ha frenado las posibilidades de justicia y desarrollo de un pueblo generoso, capaz de aventurarse en tareas nobles y solidarias. Recordar es necesario. Juzgar casos del pasado es imprescindible. Sin embargo, el recuerdo también exige transformar una sociedad en la que fácil y falsamente se puede creer que hay condena de repetir el pasado. Contribuir a esa transformación en justicia social y equidad es deber de todos. Solo eliminando la pobreza y la marginación, poniendo las bases de un desarrollo que reconozca la dignidad de todos y todas habrá verdaderas garantías de no repetición de los hechos miserables del pasado.

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