No es lo mismo cometer un error que mentir: el que yerra puede hacerlo sin intención, el que miente lo hace por decisión. Por eso se puede ser comprensivo con quien comete errores, pero no con quien miente, peor aun cuando es funcionario y falta a la verdad para aprovecharse de la calamidad y el dolor de la gente. En Honduras y Guatemala, diversos sectores han manifestado descontento por el manejo de la pandemia, especialmente por el destino de los abundantes recursos de los que han dispuesto las autoridades. Grafitis, pancartas y movilizaciones exigen saber dónde está el dinero.
Honduras ha vivido numerosos escándalos por compras sobrevaloradas y se ha indignado ante la pérdida de 250 mil pruebas de covid-19 por manejo inadecuado. El colmo de la corrupción lo representa la adquisición de siete hospitales móviles para atender la emergencia por un monto de $48 millones de dólares. Hasta el momento, solo han llegado dos de esos hospitales; el Gobierno argumenta que fue estafado por una empresa fantasma. En Guatemala, el Ejecutivo también recibió cientos de millones de dólares para atender la emergencia, pero la población no ve los resultados de ese dinero y pide que se rinda cuentas.
La situación no ha sido muy diferente en El Salvador. Hay abundantes denuncias de compras a sobreprecio o irregulares para favorecer a familiares y amigos. El Gobierno afirma que ha repartido 3.4 millones de paquetes de alimentos, a igual número de hogares. ¿De dónde sale ese número? Ciertamente, las proyecciones de la Digestyc no son las mejores, pero es muy poco probable que en el país haya 3.4 millones de familias. Además, no se sabe cuánto se ha invertido en la red de salud, ni el costo del servicio de alimentación en los centros de contención, ni quiénes son los concesionarios de ese servicio, ni un largo etcétera. Ninguna mentira tiene sentido si no se considera que la verdad es peligrosa. Tampoco tiene sentido ocultar los gastos si todo se ha hecho bien.
La mentira es hoy parte fundamental de la estrategia comunicativa del Gobierno. Se miente tanto por nimiedades como en asuntos importantes, a todo nivel. Por ejemplo, a raíz de la captura del representante legal de Intratex, el presidente publicó que la empresa había evadido fiscalmente $293 millones de dólares. Como autómatas, algunos funcionarios, incluido el ministro de Hacienda, repitieron lo mismo, y en ese juego de ecos también participó la Fiscalía General de República, el ente encargado de la investigación en el país. Luego, el fiscal general tuvo que disculparse, pero para entonces la cifra ya estaba en la mente y en la boca de muchos. Estas acciones, aunque el fiscal lo niegue, tienen motivaciones políticas. Y al decir esta verdad no se busca defender a personas o grupos, sino honrar la realidad y ponerse del lado de la institucionalidad y el Estado de derecho.
Los países del Triángulo Norte son víctimas de la misma rapiña. La diferencia en estos momentos es el respaldo popular del que goza el mandatario salvadoreño. Ese es precisamente, hasta hoy, su mayor éxito político. Valiéndose de mentiras, ha hecho creer que es diferente, pero incurre en los mismos vicios que los “los mismos de siempre”.